lunes, 24 de noviembre de 2014

Big Sur, conduciendo a orillas del Pacífico - (viernes, 26 de septiembre de 2014)




Cuando atravieso el parking del hotel para dirigirme a recepción, el hombre que nos registró la noche anterior ya está barriendo la zona del porche. Dentro ya ha preparado el desayuno que consiste en cereales, muffins, zumo y café. Lo dispongo en una bandeja y me lo llevo a la habitación. La jornada será larga así que no demoramos la salida una vez que cargamos hielo en la nevera y hemos recogido el equipaje.
El camino desde el hotel hacia Ocean View Boulevard nos resulta familiar, es el mismo que hicimos ayer. Las calles cercanas al embarcadero aparecen desiertas y la poca gente que hay en la calle se concita en torno al paseo marítimo. Hacemos alguna parada para observar como las olas baten en los riscos y envidiar algunas de las magníficas casas y sus privilegiadas vistas.

Recorremos el contorno de la costa hacia el oeste hasta el punto donde observamos la puesta de sol el día anterior; Sunset Drive entonces se dirige al sur. La espuma blanca y el agua agitada son síntomas inequívocos originados por el viento y un fuerte oleaje, que es aprovechado por surfistas en esta zona para lanzarse con sus tablas en busca de su ocasión. A veces espesos bancos de niebla hacen de pantalla que impide distinguir algunas calas o ensenadas.

Nuestro itinerario vira al este y se despega del litoral en busca de una de las entradas a la 17 Mile Drive. Se trata de una carretera que discurre por zonas costeras, urbanizaciones privadas y campos de golf que tiene una tarifa de acceso de $10 por vehículo; hacemos el pago en la caseta en metálico, ya que no aceptan tarjeta. Después de abonar contamos los dólares que nos quedan, algo más de seis. No tengo intención de sacar más efectivo de un cajero ya que el viaje está llegando a su fin.

La 17 Mile Drive se dirige de nuevo al litoral costero y depara unas vistas magníficas; no se trata en su mayor parte de un paisaje de altos acantilados si no de tierra más o menos llana que recorta su perfil contra la línea de mar. En los terrenos aledaños a la costa se extienden verdes campos de golf cuyos tonos verdes aportan un bonito contraste con los tonos azules de agua y cielo. En la caseta nos han facilitado un mapa con los principales puntos singulares y vamos deteniéndonos en ellos y obteniendo información de las leyendas de los carteles. El día vuelve a ser soleado una vez que se ha disipado la bruma matutina cercana al mar y hay un ligero viento que permite realizar vuelos acrobáticos a gaviotas y demás aves marinas que abundan por la zona.





De esta manera se van sucediendo los puntos de interés; Spanish Bay, Point Joe, Bird Rock, Seal Rock, Fanshell Overlook, Cypress Point Lookout, Crocker Crove… hasta que llegamos al punto más occidental donde el terreno se escarpa y los acantilados de roca se adueñan del paisaje. Cerca de ellos crecen cipreses, pero el más llamativo es el conocido como The Lone Cypress, que lleva aguantando en pie todos los embates del clima y del paso del tiempo durante muchísimos años.






La carretera en este punto vira hacia el sureste y se eleva sobre la línea de costa a la vez que se tapiza de árboles en sus cunetas. Ésta es la nota predominante hasta llegar a Pebble Beach y su campo de golf, que a estas horas ya empieza a tener actividad frenética. El trazado se aleja definitivamente del océano para conectar con la autopista 1, pero hacemos caso al GPS y nos dirige a través de pequeñas calles residenciales al aparcamiento de Carmel situado en Ocean Avenue, muy cerca de la playa. Aquí hay aseos que utilizamos y además aparcar no tiene coste, así que después de divisar desde una atalaya la ancha playa de blanquísima arena, dejamos el coche y caminamos Ocean Avenue arriba buscando los puntos de interés de Carmel que aparecen marcados en nuestro mapa.

Carmel es una localidad que proporciona residencia a gente de alto poder adquisitivo. La arquitectura está compuesta por casas bajas en la misma línea constructiva y existen gran cantidad de comercios y galerías de arte que forman parte de la oferta turística que se ofrece al visitante. Nosotros nos conformamos con pasear por el precioso pueblo y ver algunos de los puntos más interesantes. Entre otros pasamos por la tienda de dulces Cottage of Sweets, por el ayuntamiento (del que Clint Eastwood fue alcalde durante una temporada), por el callejón Der Ling Courtyard, El Paseo (que alberga una escultura de un hombre y una mujer con atuendos californianos mientras se saludan), The Tuck Box…









Continuamos caminando hasta llegar al Carmel Plaza, centro comercial de dos plantas con llamativos jardines, fuentes y flores ornamentales que aportan un toque de color al lugar. Algo más allá se ubica un área donde se levantan peculiares casas que parecen sacadas de un cuento; se trata de las conocidas Fairytale Cottages de Hugo Comstock. Parece que los dueños compiten entre ellos para ver quien vive en la casa más llamativa y pintoresca. Resulta una delicia pasear por la barriada y contemplar alguna de ellas.






Retornamos hacia el aparcamiento pasando previamente por un restaurante (Hog’s Breath Inn) que en su día perteneció a Clint Eastwood y, aunque aún no está abierto, conseguimos “colarnos” en el patio para curiosear. Dejamos atrás la oficina de correos y los curiosos buzones de su interior que hacen las veces de apartados de correos y después de una parada para comprar dulces en una tienda de ensueño, regresamos al aparcamiento. Conducimos bordeando la playa de Carmel Beach y tenemos otra perspectiva de la misma; el lugar es idílico y se comprende porque es lugar de retiro de la gente más adinerada de California, o simplemente un lugar donde tener una segunda residencia cercana al mar.








Al llegar al final de Carmel Beach el trazado de la Scenic Drive vira y se bordea otra playa, en este caso la Carmel River State Beach. Antes de meternos en la carretera 1 de la costa hacemos una parada en la Misión de San Carlos Borromeo que se sitúa a escasa distancia. Aunque prevemos lo que va a suceder, intentamos acceder a Point Lobos State Natural Reserve a través de su caseta. Y como esperábamos sólo admiten pago en efectivo y no tenemos suficiente, así que nos damos media vuelta. Aún nos quedan muchas cosas por ver y nos van a faltar horas en el día, así que tampoco supone un grave inconveniente.


Retornamos media milla por la 1 en dirección norte para ver un convento de Carmelitas que tiene una posición privilegiada frente a Monastery Beach. Volvemos a la 1 que poco después empieza su tránsito por altos acantilados en cuya parte baja rompen las bravas olas del Pacífico. Estamos entrando en la parte de costa que es conocida como Big Sur y cuyo límite norte lo marca la población de Carmel que acabamos de visitar. Superado Soberanes Point buscamos la playa de Garrapata Beach y aparcamos en un apartadero en el que nace una senda que desciende a la arena. La idea es hacernos un picnic en la propia playa disfrutando del mar, de la brisa y por supuesto del entorno, a pesar de que alguna gaviota revolotea a nuestro alrededor en busca de comida. Con el hambre saciada paseamos por la arena antes de volver al coche.




La conducción es divertida porque la carretera con sus curvas y cambios de rasante se va adaptando al perfil de los acantilados. El día es soleado y despejado, así que la vista se pierde en el horizonte en el que se funden océano y cielo. Las paradas son frecuentes y después de detenernos en el Rocky Creek Bridge seguimos avanzando hasta el famoso Bixby Bridge. A la izquierda sale un camino de tierra que tomamos durante una milla para ganar elevación y tener una panorámica distinta del puente, con el océano de fondo.




De vuelta en la 1 avanzamos hasta un mirador desde el que se ve el Bixby Bridge en la distancia; continuamente nos cruzamos con un grupo de “porsches” descapotables que hacen nuestra misma ruta. Desconocemos como será hacer el Big Sur en sentido norte pero es probable que recorrerlo hacia el sur sea más espectacular porque se conduce en el carril de la calzada más próximo al océano y las vistas se aprecian mejor.




En nuestro avance divisamos el Point Sur Lighstation al que llega un pequeño camino y, aunque encontramos el acceso, parece estar cortado por una valla. Es una lástima porque debe ser un lugar muy bonito al que poder encaramarse. Cuando entramos en el área de Pfeiffer Beach tomamos a la derecha la carretera conocida como Sycamore Road que lleva directamente a una playa que teníamos apuntada en nuestras notas pero el aparcamiento es de pago (como ya sabíamos) y sólo admiten efectivo. Simplemente queríamos echar un ojo a la playa y los $20 que piden por coche nos parece excesivo, así que no vemos con malos ojos darnos media vuelta sin ver nada.

Un poco más adelante nos adentramos en el parking del Nephente Restaurant que según las críticas dispone de un amplio mirador desde su salón que permite magníficas panorámicas del Big Sur. El aparcamiento está atestado y tampoco tenemos intención de consumir nada así que nos vamos por el mismo sitio que vinimos y volvemos a la carretera 1 en dirección sur.

Proseguimos nuestro camino y la próxima parada la hacemos en la zona de Partington Cove, dejamos el coche en un apartadero a la derecha de la carretera y descendemos andando por un empinado camino de grava, que nos lleva a un túnel que atraviesa la roca y que desemboca en una estrecha cala. En este lugar se puede ver la cueva conocida como Partington Cove; al final de la senda una escalera natural sobre las propias piedras permite descender al nivel del agua, algo que puede resultar potencialmente peligroso cuando el oleaje atice con fuerza.





Con ritmo cansino subimos hacia el coche y seguimos avanzando, el siguiente punto de interés lo tenemos marcado en las McWay Falls, una cascada ubicada en el Julia Pfeiffer State park. Aparcamos en el arcén derecho siguiendo el ejemplo de una fila de vehículos. Desde aquí el camino desciende y a los pocos minutos de caminata nos topamos con las vistas de la cascada, que tiene la particularidad de verter sus aguas directamente al mar. Un poco más allá hay un mirador con paneles explicativos del lugar e impresionantes vistas del Big Sur y sus aguas turquesa varias decenas de metros más abajo rompiendo contra las piedras.



Seguimos recorriendo la costa del Pacífico y realizamos algunas paradas más en lugares que llaman nuestra atención, hasta que finalmente nos alejamos de los acantilados y el terreno se vuelve más plano, convergiendo en cota con el propio océano. El bonito tramo de carretera costera conocido como Big Sur tiene su límite meridional en Piedras Blancas, ubicadas en la localidad de San Simeón. Existe una amplia explanada llena de coches que buscan lo mismo que nosotros; poder contemplar una colonia de leones marinos que toman el sol en la arena de estas playas. El nombre de Piedras Blancas se debe a un conjunto de rocas que emergen del lecho del mar y al característico color blanco de la capa de excrementos de aves marinas que las cubren.






Retomando la carretera divisamos en la lejanía y a nuestra izquierda el Hearst Castle, una mansión varias millas adentro desde la que se dominan las vistas del Pacífico. Atravesamos la localidad de San Simeón para luego llegar a la entrada de Cambria. Nuestras vejigas están llegando a su límite y necesitamos ir al baño urgentemente. Tomamos una salida que nos lleva a un área de camping a la que se accede desde Moonstone Beach Drive y aquí tenemos la fortuna de encontrar unos baños químicos que no dudamos en usar.

A los pocos metros parte un entablado de madera que conforma un bonito paseo a orillas del océano con vistas de la ciudad de Cambria al fondo. Se trata del Moonstone Beach Boardwalk. Caminamos un rato por él pero el fuerte viento nos obliga a dar media vuelta después de un breve paseo. De vuelta al coche dejamos atrás Cambria, cuyos comercios y locales lucen docenas de figuras de espantapájaros; podemos leer en algún cartel que se celebra la fiesta anual de Scarecrows.


La línea de costa se aleja de la carretera durante varias millas y ambas permanecen paralelas. Cuando vamos a bordear la localidad de Cayucos vuelven a confluir hasta que nos desviamos de la carretera 1 para entrar en Morro Bay. La enorme roca volcánica que da nombre a la población la llevamos viendo hace rato desde la carretera, como si una enorme montaña emergiera del mar. Aparcamos cerca del muelle y damos una vuelta curioseando entre locales, embarcaciones ancladas y tiendas de souvenirs. Incluso un grupo de 4 ó 5 leones marinos descansan en una escollera de piedra, esperando su ración de sobras de pescado provenientes de un cercano restaurante.

Queremos ver la puesta de sol en la zona pero el viento es fuerte y la temperatura ha bajado mucho si la comparamos con la que hemos tenido todo el día. Hace fresco para el pantalón corto y la camiseta de algodón. Buscamos una zona de aparcamiento en el paseo marítimo que nos permita ver el atardecer y esperamos hasta que éste se produce. Ha merecido la pena porque nos ha deparado bonitas imágenes y cambios de colores en el cielo.



Con la luz del crepúsculo sobre la carretera 1, afrontamos el último tramo de nuestra dilatada ruta de hoy. Dejando el litoral a nuestras espaldas llegamos a San Luis Obispo y ponemos rumbo al Travelodge de la localidad, donde haremos noche. Como en otros muchos hoteles, realizamos el check-in atendidos por personal de la India. Nos alojamos, nos damos una ducha y salimos a dar una vuelta por la ciudad.

Después de esta maratoniana jornada que hemos exprimido al máximo, queremos relajarnos y visitamos varios locales para probar cervezas de la zona y alguna especialidad culinaria. En primer lugar hacemos una incursión en la microcervecería Central Coast Brewing, con un ambiente juvenil y dónde departimos sobre cervezas del mundo con uno de los empleados. Después visitamos otro local visitado por el programa Crónicas Carnívoras (Man v. Food), The Rib Line. Aquí la especialidad de la casa es la carne de res asada en su jugo; la probamos y certificamos su excelencia.






Nos tomamos la última cerveza en un pub del centro, Spike's Pub The Creamery, frecuentado por locales. La camarera es muy atenta con nosotros y nos da detalles de la multitud de cervezas americanas de tirador que son servidas. En un exceso de gula y también para evitar que la cerveza se nos suba pedimos una ración de “fish and chips”. Exprimimos la jornada al máximo, como lo estamos haciendo con el viaje. No hay sitio para el cansancio; nos queda poco para llegar al final y aún hay cosas que ver.


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