lunes, 24 de noviembre de 2014

Recorriendo un tramo de la Ruta 66 - (lunes, 08 de septiembre de 2014)



Lunes, comienza una nueva semana aunque para el que está de viaje no hay distinciones entre los diferentes días, todos son excitantes. Cargamos de hielo la nevera (el día anterior tuvimos que pedir cambio en monedas de un billete de $1 porque el hielo no era gratis), la colocamos en los asientos posteriores e iniciamos nuestra marcha. Antes de ponernos en ruta hacemos nuestro primer repostaje y resulta algo caótico porque el sistema informático de la gasolinera se ha vuelto loco; nada que no se pueda arreglar aunque nos retrase 15 minutos. La primera parada es en Yermo, a escasos 15 minutos de Barstow. El objetivo: desayuno a una hora bien temprano en Peggy Sue’s.


A estas horas no hay turistas, apenas algunos lugareños que inician la jornada con desayunos cargados de calorías. El local, anclado algunas décadas atrás, dispone de varias estancias que no dudamos en recorrer una vez que hemos dado buena cuenta del opíparo desayuno. Figuras de Elvis, de Betty Boop, pósters, viejas máquinas de discos….todo ello no significaría nada si no fuera por ese mobiliario antiguo, perenne, esas notas que cuelgan de las paredes con mensajes de otra época, esas camareras con edades avanzadas pero que siguen luciendo su añejo atuendo y su cofia mientras no dejan que las tazas de café se vacíen, esa vitrina llena de tartas con sabores evocadores del pasado….Disfrutamos del desayuno y del ambiente antes de retomar el camino.





Los árboles de Joshua comienzan a ser la nota predominante en el paisaje llano que recorremos, dividido en dos partes iguales por infinitas rectas de la autovía. Todo corresponde al guión preestablecido de un viaje que nos sumerge en los desiertos californianos hasta que comienza a llover. A una hora de camino de Barstow el cielo se apaga y su color oscuro comienza a descargar con fuerza. Hay que aminorar la velocidad, los limpiaparabrisas apenas dan abasto para escupir el agua de la luna delantera; circular al límite de velocidad de 75 mph marcado para esta carretera bajo estas condiciones es temerario. La lluvia torrencial aminora por momentos para luego volver a apretar y en estas condiciones seguimos avanzando por un desierto que nos ofrece un panorama no muy propio de lo que se supondría para un escenario así.





Ganamos Needles y abandonamos la autopista principal para recorrer parte de la histórica Ruta 66 y así lo hacemos después de cruzar el río Colorado a través de un vetusto puente metálico. La carretera se va inclinando hacia arriba a medida que nos acercamos a Oatman y la lluvia parece que quiere darnos un respiro porque cesa por un rato. Y digo parece porque es llegar al que en su día fue un pueblo minero lleno de vida y que ahora no es más que una calle llena de tiendas de souvenirs y la lluvia comienza a caer de nuevo. Primero tímidamente para pasar después a convertirse en torrencial. Nos cobijamos bajo un porche de madera mientras vemos como un grupo de motoristas se colocan sus trajes de agua y sus cascos y se lanzan a circular por la Ruta 66 en contra de los elementos. Nada más alejado de la arquetípica estampa de una carretera azotada por el sol en tierras californianas.




Las necesidades biológicas aprietan y las vejigas tienen límites de capacidad por lo que nos vemos obligados a preguntar por unos aseos en una tienda próxima a la que llegamos vadeando la carretera. La dependienta, todo amabilidad, nos dice que en su local no hay pero llama a la tienda contigua para que nos dejen usar su baño particular. Comento a la señora la intención de seguir carretera arriba para llegar a Kingman y si habrá problemas en ella por las lluvias. Me contesta que ahora mismo no pero que es posible que en un rato y si sigue cayendo agua así la corten y nos conmina a partir ¡ya mismo!. Aquí se viene en busca de aventura y como no hemos visto ningún burro de esos que pueblan las calles de Oatman tomamos la decisión de avanzar y no deshacer el camino. Los chubasqueros cubren nuestros cuerpos pero llegamos empapados de cintura para abajo al coche.

La carretera sigue ascendiendo y justo al abandonar el pueblo una caravana enorme de Discover America (seguramente conducida por otro turista empecinado en seguir adelante) nos marca el camino. Y digo que nos lo marca porque entre la niebla baja, la lluvia racheada azotando la carretera, los charcos y balsas de agua anegando el asfalto, todo ese tramo se convierte en una odisea. Nos tranquiliza ver como de vez en cuando nos cruzamos con algún vehículo; la carretera no debe estar cortada. O tal vez sí, y se están dando la vuelta. Coronamos la ascensión e iniciamos el descenso, siempre con nuestra querida caravana unos metros por delante marcando la trazada limpia.

Lo poco que podemos ver del paisaje nos gusta y comentamos que es una lástima no poder conducir por allí con buena meteorología. El terreno comienza a llanear y respiramos más tranquilos, la carretera se ensancha y comienzan a hacer acto de presencia buzones al pie de la misma, lo que denota la existencia de ranchos “cercanos” (hemos empezado a comprobar que en este país no queda nada cerca, todo es enorme). Después de un par de sustos debido a ganado campando a sus anchas en la calzada y a un par de zonas inundadas donde el agua cubre hasta la mitad del neumático la tormenta parece amainar y la lluvia cesa. Aún así, tal y como comenzamos a ver ayer, las señales en algunas zonas de carreteras secundarias con la leyenda “Flash Flood” comienzan a formar parte del propio paisaje por el que transitamos. Debe ser algo muy normal aquí donde las infraestructuras se preparan para un clima seco, pero que es azotado de cuando en cuando por torrenciales lluvias.




Si más novedad, afortunadamente, llegamos a Kingman. Es fácil encontrar el Mr Dz 66, otro local de “carretera” preparado para los nostálgicos de la Ruta 66. Nuestras ropas se han secado en el tortuoso trayecto desde Oatman y no hace falta cambiarnos. Aún así nos intentan sentar en una terraza cubierta del local pero pedimos que nos pasen dentro, dónde sólo hay sitio en la barra y es aquí donde tomamos asiento. Me cuesta entenderme con la camarera, supongo que es el resultado de sumar mi acento extranjero y el suyo, propio de un inglés americano cerrado. Una hamburguesa, un perrito y un batido después, trato de explicarle que necesito hacer una llamada local con el propósito de confirmar con Papillon el vuelo en helicóptero sobre el Grand Canyon para el día siguiente. Todos los intentos son estériles. Creo entender que hay un teléfono público cruzando la carretera pero tampoco me queda claro.



Abandonamos el local y nos hacemos unas fotos con la camioneta de “época” que custodia la entrada al restaurante y luego cruzamos el parque cercano para llegar hasta la locomotora Santa Fe, llena de vigor en otro tiempo y que ahora no es más que un reclamo turístico de todos los que por allí pasamos. De vuelta al coche nos topamos con una patrulla de carretera y aprovecho la ocasión; tampoco saben decirnos dónde hay un teléfono público porque no son de la zona. Total, que cruzamos la carretera y entramos en un edificio en el que al parecer hay un punto de información turística de Arizona. Nos cuesta dar explicaciones a dos empleados hasta que el segundo descuelga el teléfono, marca y nos lo pasa. Me comentan que el vuelo está confirmado y que hoy si están saliendo los helicópteros a pesar de la lluvia. Mañana ya veremos.




De nuevo en ruta y parada en Hackberry Store, lugar perfecto para curiosear por su exterior entre surtidores de gasolina, coches, grúas y demás. Todo ello anacrónico, de otro tiempo. Y también encontramos un decorado similar en el interior; ahora es una tienda de souvenirs y aquí hacemos alguna compra para la familia. Retomamos la carretera hacia Peach Springs. Cuando estamos llegando con el coche optamos por continuar camino sin parar porque no hay nada que nos llame la atención en este pequeño pueblo que en su día inspiró la película “Cars”. Algunos claros se van abriendo camino en un cielo cada vez menos encapotado y nos anima a seguir hacia la siguiente parada. Por el camino nos resultan curiosos anuncios publicitarios de varias décadas atrás, consistentes en una sucesión de carteles con líneas o partes de un mensaje que componen un todo una vez unidas. Allí siguen, incólumes al paso del tiempo.









En Seligman lo primero que hacemos es repostar a la entrada del pueblo y limpiar los cristales del coche en la gasolinera. Después nos dedicamos a pasear por la zona que recrea un pueblo del viejo oeste; con las fachadas de sus casas, con un carromato que servía para transportar presos, con un barracón que hacía las veces de prisión, con un “retrete” de los que se empleaban por aquel entonces…Avanzamos con el coche y llegamos a la parte final del pueblo donde se puede ver la barbería de Ángel Delgadillo y un puñado más de tiendas orientadas al negocio de la Ruta 66. La verdad es que resulta un sitio interesante para perderse un rato observando los pequeños detalles.







Aquí damos por finalizado nuestro pequeño periplo por la conocida Ruta 66 (o grande, si tenemos en cuenta las circunstancias climatológicas) y volvemos a la autovía principal que nos llevará a pasar cerca de Williams. Con un cielo cada vez más azul enfilamos la 64 hacia el norte y el paisaje empieza a cambiar apareciendo cada vez más masas arbóreas y dejando atrás las llanuras desérticas que nos han acompañado la última jornada y media. Hacemos una parada rápida en Valle; el tiempo justo y necesario para hacer el check-in en el hotel Grand Canyon Inn. Llevamos nuestras cosas a la habitación, que se encuentra en otro edificio al otro lado de la carretera. Las habitaciones son pintorescas, pequeñas cabañas de madera adosadas con un porche cubierto que une todas sus entradas, con toda la construcción inspirada en el viejo oeste. Incluso los nombres de las habitaciones son referencias al western: Jesse James, Butch Cassidy….. La única pega de la cabaña es que es minúscula, apenas hay sitio para revolverse. Pero es lo que encontramos más próximo al Grand Canyon sin que los precios fueran disparatados. Son los inconvenientes de preparar un viaje así tan sólo con dos meses de antelación.




Cogemos ropa de abrigo, paraguas y chubasquero y nos ponemos en marcha. Más al norte en la 64 nos topamos antes de llegar a Tusayan con su aeropuerto, atravesamos la población dirigida al turismo y pasamos a su salida por la primera rotonda que veo en Estados Unidos. Un poco más allá se encuentra la entrada al Grand Canyon National Park, donde el Anual Pass de los Parques Nacionales que compré de segunda mano a un forero de Los Viajeros funciona sin problema. Eso sí, me piden una identificación válida para cotejar la firma.


Antes de llegar al Visitor Center tenemos el primer encuentro del viaje con un cérvido; los coches del otro carril se detienen para observar en la cuneta un ejemplar macho de Elk o Wapiti, segundo cérvido del mundo por tamaño después del alce. Luego toca orientarse en el entramado de pequeñas carreteras que dan servicio a las instalaciones propias del parque y sus hoteles, pero no tenemos mayor complicación para llegar a las inmediaciones de Bright Angel Lodge. El parking está lleno, tenemos que movernos hacia el Maswik Lodge donde finalmente dejamos el coche.

Un corto paseo hacia la cabecera de la línea roja del shuttle bus y aquí, mientras esperamos su llegada, tenemos nuestro primer contacto con esta maravilla de la naturaleza. Aunque el cielo ha vuelto a encapotarse y aparece nublado la visibilidad permite de sobra ver las dimensiones de la enorme fisura tallada en la tierra por el río Colorado después de tantos millones de años. Llega el autobús y lo tomamos hacia Hopi Point, punto elegido para ver la puesta de sol.


Las condiciones no son las mejores, evidentemente. Aún así disfrutamos del momento a medida que enormes nubarrones juegan a ocultar determinadas partes del cañón. También se aprecia como en la lejanía llueve a raudales por los cambios de color que adopta el cielo. Pero en nuestra posición al menos no llueve y además de eso hay poca gente presenciando el espectáculo ya que el clima no es el más adecuado para disfrutar del lugar. Pero las circunstancias nos encantan y apuramos hasta que prácticamente se deja de tener visibilidad en la zona; no hay disco solar ocultándose tras el horizonte y a pesar de eso nos ha encantado pasar un buen rato sentados disfrutando en silencio del entorno.



Abandonamos el parque en completa oscuridad y presto máxima atención a la carretera en el trayecto a Valle por si a algún animal le da por saltar al asfalto. Llegamos sin mayor novedad y descargamos el coche. Al poco rato de estar en la cabaña alguien toca a nuestra puerta y nos avisa de que nos hemos dejado el maletero del coche abierto. ¿Despiste o accionamiento del botón del maletero accidentalmente? Inmersos en este debate cenamos algo en la habitación y nos vamos a la cama. El pronóstico del tiempo para mañana es demencial; comienza a llover de madrugada y no para hasta bien entrada la tarde. ¿Podremos ver algo más del Gran Cañón? Con esta inquietante incógnita intentamos conciliar el sueño.


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