lunes, 24 de noviembre de 2014

Llegada a USA - (viernes, 05 de septiembre de 2014)

Aterrizamos en Los Angeles a las 16.00 pm con media hora de adelanto sobre el horario previsto. El vuelo con Iberia ha transcurrido con normalidad y ha dejado patente algo ya conocido, la decadencia de la compañía y el anacronismo de sus aeronaves para estos vuelos de tanta duración. Al menos no ha habido contratiempos y el servicio de comidas ha sido razonable aunque algo escaso entre horas.



Una larga cola nos aguarda para pasar el trámite de inmigración y durante más de 45 minutos avanzamos ordenadamente por pasillos bien delimitados mientras departimos con una pareja de madrileños que conocimos en Barajas, compañeros del foro de Los Viajeros. Un perro de la policía, atado con correa, olfatea maletas y mochilas entre los cansados pasajeros.

Llega nuestro turno y tras una serie de preguntas de rigor el agente del aeropuerto se fija en la dirección de residencia que hemos indicado en el formulario que tuvimos que rellenar en el avión. “¿Inglewood?. ¿Qué hay qué ver en Inglewood?” me pregunta. “Supongo que nada; pero está muy cerca del aeropuerto para poder dormir nuestra primera noche en la ciudad”, le respondo esbozando media sonrisa. Todo este proceso transcurre mientras nos toma las huellas dactilares y una fotografía digital para cotejar la del pasaporte.

Superado el trámite sin mayor contratiempo, recogemos las maletas que giran hace rato en la cinta y atravesamos el control de aduanas que se limita a un operario que te pregunta si llevas comida en su interior y que sea preciso declarar. En el hall principal busco un cajero automático para obtener algo de dinero en efectivo que llevar encima: no veo ninguno. Tampoco lo busco con demasiado ahínco.

A pocos metro de la puerta y perfectamente señalizada se encuentra la parada del servicio de shuttle de autobuses que conectan la terminal con las instalaciones de las empresas de alquiler de vehículos; llega el que pertenece a Alamo y lo abordamos. El conductor nos ayuda amablemente a colocar las maletas en las barras portaequipajes. Uno de los componentes de un grupo de chicos de Mallorca habla por teléfono; al parecer le han extraviado la maleta y gestiona cómo y dónde recuperarla.

Al llegar a Alamo hay opción de hacer las gestiones en una máquina automática pero preferimos aguardar nuestro turno para ser atendidos por un empleado. Entablamos conversación sobre los seguros y me ofrece el de daños personales y el de asistencia en carretera, le indico que no los necesito y no sé qué tipo de lío se hace pero cuando me entrega el contrato para la firma veo que me intenta “colocar” los dos seguros referidos con un sobrecoste. Le digo que no los quiero y sin mayor ademán vuelve a imprimirlo. Ahora está todo OK, el balance a pagar aparece como cero dólares.

Con el papel en la mano salimos a la zona del parking y deambulamos por una hilera de coches cuyo letrero nos anuncia la categoría que hemos contratado; un coche Midsize. Después de comprobar millas, estado de neumáticos, conexión USB y tamaño del maletero estamos indecisos. Nos despedimos de los compañeros viajeros que conocimos en Barajas que ya tienen todoterreno para su aventura. De repente aparece un empleado conduciendo un Hyundai Elantra recién salido del túnel de lavado; comprobamos las millas (6.745 millas) y optamos por quedarnos con él, cargamos nuestro equipaje en el amplio espacio del maletero, coloco los espejos, el asiento, me familiarizo con la palanca de cambios, le indicamos al GPS la dirección del hotel y ¡en marcha!. Un fugaz paso por la salida del aparcamiento, con el tiempo justo para que el empleado de Alamo lea digitalmente el código que figura en la luna delantera del coche y ya estamos en la jungla de asfalto de las calles angelinas.


Pierdo la virginidad con el cambio automático después de un primer y único frenazo brusco; mi pie izquierdo busca estérilmente el pedal del embrague. Trato de acomodar la velocidad del coche a la del tráfico existente y de hacerme hueco ante las monstruosas camionetas pick-up. Apenas en 10 minutos estamos en la zona del hotel (Crystal Inn Suites and Spa) y callejeamos para encarar la entrada sin maniobras demasiado arriesgadas. A estas alturas ya me he habituado a los semáforos ubicados al lado contrario en los cruces.


Nos recibe un chaval de rasgos de la India, que nos habla en español al ver nuestros pasaportes. Vivió varios años en Panamá y domina el español. Hacemos el check-in, colocamos nuestras maletas en la habitación y volvemos a recepción para pedirle información sobre un supermercado cercano (aquí los llaman Grocery Store). Le decimos que queremos comprar una nevera portátil para el coche y algo de comida. Automáticamente se adentra en un cuarto anexo a la recepción y sale con una nevera de plástico; nos pregunta que si nos vale, que habitualmente muchos huéspedes las abandonan en las habitaciones al finalizar sus road-trips y que tienen varias. ¡Claro que nos vale!. Mucho mejor ésta que una de corcho.

Llegamos a una zona comercial donde se ubica el Target que nos ha indicado el chico de recepción; a la entrada hay un cajero dónde nos hacemos con dólares en efectivo. Nos perdemos por los lineales del “super” curioseando entre ellos.

Al salir de allí aprovechamos la zona de restaurantes de comida rápida que hay enfrente y entramos en un In-n-Out donde hacemos nuestro debut con la fast-food americana. La carta del sitio es corta, así que la decisión es fácil. El local está lleno, es viernes por la tarde. Esperamos a que canten nuestro número de pedido y a cenar. La verdad es que las hamburguesas están muy buenas y jugosas y hacemos uso del refill gratuito de las bebidas en un par de ocasiones. Descubrimos el Dr Pepper, una bebida de cola con sabor a piruleta de fresa que nos trae recuerdos de infancia.


Volvemos al hotel y nos vamos a dormir. Después de un largo día de 24 horas el cansancio hace acto de presencia. A ver cómo nos afecta el cambio horario cuando amanezcamos mañana. De momento seguimos en la ciudad de Los Angeles, el inicio del Road Trip tendrá de esperar un poco más.


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