El desayuno es servido a partir de las 07.00 am y aunque la tarde anterior tratamos de que lo adelantasen, el resultado fue infructuoso. Algunos clientes esperan pacientemente unos minutos la apertura de la puerta. Ya hemos cargado el coche y en cuanto terminemos de desayunar pondremos rumbo a Zion. Hacemos acopio de energía, que falta nos harán hoy, y desayunamos cereales, gofres que nosotros mismos nos hacemos con una curiosa máquina, bollería, zumo y fruta.
Antes de las 8 estamos aparcando en el
Visitor Center y cogiendo el shuttle que nos llevará a la parada The Grotto,
desde dónde se inicia el trail que se erige en primer objetivo del día. María
había decidido unas jornadas atrás que no haría la caminata conocida como Angels
Landing, que tiene la peculiaridad de ser una “vía ferrata” en su último tramo.
La información de internet y la proporcionada por el propio parque la ratifican
en su decisión; en los últimos años algunas personas han muerto tratando de
completar el recorrido.
Son las 8.30 am cuando nos despedimos y
acordamos vernos entre las 12.00-12.30 en la parada del bus. María se encamina
hacia las Emerald Pools, a donde llegará enganchando con el Kayenta Trail. Mi
camino comienza cruzando el río Virgin a través de un puente de madera que hace
una presentación del Angels Landing a través de un panel informativo. Imprimo
un ritmo vivo en el primer tramo que discurre paralelo al río por una senda
cementada y que poco a poco se separa del cauce a medida que gana en
inclinación.
Supero a varias personas y sigo acelerando
ya que prefiero caminar rápido antes de que el sol castigue con más fuerza.
Llega la parte más dura en lo físico porque me topo con una sucesión de curvas
de herradura de gran pendiente que hace que literalmente la gente se quede
clavada. Las últimas curvas están excavadas en el paredón de roca y supusieron
en su día un arduo trabajo para los operarios que se encargaron de abrir la
brecha sobre la dura superficie.
Posteriormente se alcanza una zona más
llevadera que atraviesa un desfiladero con árboles y vegetación hasta que se
afronta una última parte de brutal dureza con rampas en zigzag. Se desemboca en
una especie de explanada (Scout Lookout), previa al asalto final a la cima, en
la que aprovecho para descansar, despojarme de ropa, comer algo e hidratarme.
Me ha llevado poco más de 40 minutos llegar hasta aquí. Aunque no es muy tarde
hay gente que ya retorna de la parte final de la ruta.
Dentro del ascenso final se pueden
diferenciar varias partes. Una primera en la que ya aparecen cadenas ancladas a
la roca que sirven de ayuda para desplazarse por una pendiente a media ladera.
Una segunda que consiste en un estrecho paso de apenas 1,5-2 metros de anchura
con precipicios casi verticales a ambos márgenes, de un lado el río Virgin y de
otro el angosto cañón por el he caminado hace un rato en ascenso. La tercera
parte es una subida casi vertical en la que hay que elevar mucho las rodillas y
apoyarse en las cadenas para superar los grandes tajos y cortes que nos
encontramos en el camino horadado en la roca. En total desde la explanada
anterior se tarda unos 25 minutos en llegar arriba.
La recompensa es suprema. Desde el punto
más alto se tienen vistas panorámicas de 360º que permiten ver el discurrir
del río en el cañón, ¡de vértigo! A lo lejos y casi como si fueran figuras en
miniatura, los autobuses van y vienen en su habitual ruta. Es como tener una vista
aérea de la zona pero sin aeroplano. Ciertamente el trail es espectacular y los
escenarios impresionantes por lo que permanezco por más de media hora
disfrutando de la tranquilidad y del paisaje. Empieza una llegada paulatina de
gente y en ese instante decido iniciar la bajada que a la postre se convierte
en más lenta que la subida, porque en los estrechos pasos es necesario esperar a
que los que te preceden bajen o dar preferencia a los que suben. Para mí es la
parte más exasperante, ya que estoy acostumbrado a caminar a un ritmo vivo. Me
ha costado el doble de tiempo deshacer el tramo de la “vía ferrata”.
Casi al llegar al Scout Lookout veo como
varias personas se dan la vuelta al ver el tramo final, el de las cadenas, y es
que la última parte de la subida impone. Una vez superado el tapón de gente
despliego los batones de trekking y me dejo “caer” en la bajada; se cansan
menos las piernas si se baja trotando y cargando los cuádriceps. Algunos
japoneses me hacen fotos; “joder, ¿nunca han visto a nadie corriendo?”, me
pregunto. Cuando alcanzo el tramo más cercano al río (con menos pendiente),
retorno al paso normal y tengo un encuentro con un ciervo que viene de frente
por el camino; parece que me va embestir al trote hasta que a un metro de
distancia cambia de dirección y se introduce en unos matorrales bajos.
Justo al llegar a la parada del bus
coincido con María que también llega de realizar sus trails. El recorrido
completo del Angels Landing me ha llevado 2 horas 40 minutos, teniendo en
cuenta que estuve 30 minutos en la cima y que la bajada ha sido ralentizada por
la aglomeración de gente. Se puede hacer con más calma y he de reconocer que
cualquiera que no tenga algún impedimento físico grave será capaz de
completarlo. Eso sí, que se abstengan aquellos con vértigo porque hay zonas en
la última parte en las que pareces estar suspendido en el vacío al caminar por
un estrecho pasillo. Intercambiamos impresiones sobre cómo nos ha ido la mañana mientras tomamos un snack y María me detalla su recorrido.
Charlamos con un hombre que también
descansa en la parada del shuttle; es americano y me felicita por haber
realizado el Angels Landing, según me cuenta está incluido en el “top ten” de
trails en USA. Son las 12 del mediodía y aún nuestra visita al Zion National
Park no ha terminado. Cogemos el bus que nos lleva a la última parada, la
conocida como Temple of Sinawava. El conductor del bus nos sugiere a través de
la megafonía que miremos a nuestra izquierda y veamos los visitantes que se
aprecian en la cima del Angels Landing; desde aquí abajo impresiona igualmente ver
la altura y los riscos por los que he caminado hace una hora.
Desde Temple of Sinawava parte el trail The
Riverside Walk, un plácido paseo sin desniveles que sigue el cauce del río.
Aunque está masificado merece la pena venir hasta aquí y recorrer el sendero
que resulta completamente impactante puesto que el río Virgin fluye entre
altísimas paredes de roca, justo antes de que el terreno se abra en dirección
al Visitor Center. Multitud de ardillas corretean en busca de algo que llevarse
a la boca y un ranger ofrece unas charlas explicativas sobre la fauna del
parque, mostrando a los que por allí pasan pieles de mapache y zorro gris.
El trail finaliza abruptamente al verse
interrumpido por el agua del Virgin River. Este punto es el inicio del conocido
The Narrows, un trail en el que se camina por el lecho del río, a lo largo del
agua y siguiendo curvas y recovecos del cañón. Venimos preparados para la
ocasión y nos calzamos zapatos para vadear el río mientras nos ayudamos con un
bastón, con el que fondeamos el terreno antes de pisarlo. Nos adentramos media
hora hasta que llegamos a un área menos masificada y deshacemos el camino. Como
experiencia nos ha valido y es una lástima no disponer de más tiempo para
avanzar un par de horas más por un escenario que se antoja interesantísimo.
Nos secamos y volvemos a la parada del bus,
en este lugar existen puntos de agua para poder limpiar el calzado usado en The
Narrows; los americanos siguen dejando patente que no se olvidan de ningún
detalle. De vuelta en el Visitor Center nos tomamos unas ensaladas que habíamos
comprado el día anterior en el supermercado, hacemos un alto en la tienda de
souvenirs y poco después de las 3.30 pm nos ponemos en marcha hacia Las Vegas.
Zion nos ha dejado un gran sabor de boca, es de esos parques que no basta con
verlos desde el autobús, hay que caminarlo y personalmente estoy contento
porque además casi lo he visto desde el “cielo, allí donde moran Los Angeles”.
Al poco rato hacemos una parada en Fort
Zion, un curioso complejo que es un restaurante y una tienda de souvenirs; para
llamar la atención de los viajeros su exterior recrea un fuerte de madera con
todos los detalles, carromatos, edificios… A medida que engullimos millas el
paisaje se torna más árido y podemos ver enormes extensiones de terreno
cubiertas por montones de Joshua Tree. Hacemos una parada rápida en el cartel
que nos da la bienvenida al estado de Nevada y aprovechamos para retrasar el
reloj una hora, recuperamos el huso horario perteneciente a la costa del
Pacífico. La I-15 vuelve a funcionar, pero hay muestras evidentes de lo que
sucedió hace unos días; corrimientos de tierras, maquinaria de obras, carriles
cortados y delimitados por conos….
Tomamos el desvío hacia el sur por la 169
que nos lleva hasta Overton, donde hacemos una parada técnica para repostar
combustible y limpiar los cristales del Hyundai. Algunos carteles avisan a los
vehículos de la posibilidad de inundaciones repentinas en el tramo que nos
lleva hasta el desvío que conduce a la entrada de Valley of Fire. Paramos en el
acceso sur y procedemos a introducir los $10 de la tasa por vehículo en un
sobre y coger la solapa a modo de resguardo.
Pasamos por la roca con forma de elefante
(Elephant Rock) que vemos sin llegar a detener el vehículo y luego avanzamos hasta
el desvío que nos lleva a The Cabins, antiguas construcciones de la época en la
que se instauró el parque y después continuamos la marcha llegando a las Seven
Sisters, donde sí echamos pie a tierra para curiosear en su entorno. Proseguimos
hasta llegar al Visitor Center, que para estas horas (las 6.00 pm pasadas) ya
ha cerrado y tomamos la carretera que nos llevará hasta las White Domes. El
camino resulta muy entretenido con continuas subidas y bajadas, cambios de
rasante y curvas que convierten la experiencia en una montaña rusa al volante.
María se queda cerca del coche leyendo los
paneles informativos pero yo me adentro en una senda de arena suelta que
dificulta mucho el caminar y me acerco a ver las formaciones rocosas de color
blanco que contrastan con los tonos rojizos que dominan el valle. El sol se
está poniendo y nos dirigimos hacia el aparcamiento del que parte el trail
conocido como The Firewave (La Ola de Fuego). Este trail no aparece marcado en
el mapa del parque por lo que muchos pasan de largo. Cogemos agua y comenzamos
a caminar junto a una pareja de mediana edad que al poco rato se da la vuelta.
Nosotros seguimos caminando y disfrutando de la gama de colores que se pueden
ver en el valle; ocres, amarillos, naranjas, rojos, blancos…. todo en contraste
con el azul del cielo que va perdiendo luminosidad por momentos. Guiados por
postes y montículos de piedras, llegamos a la roca que da nombre al trail.
Es increíble ver como la naturaleza ha
conseguido crear “olas de fuego” en la propia roca, en la que alternan capas de
color crema con capas rojas. Un fotógrafo se desplaza frenéticamente de un
punto a otro para captar la mejor luz sobre el fenómeno. Hemos acertado de
pleno, es la hora perfecta del día para apreciar el efecto de color, sin la luz
del atardecer es imposible verlo en todo su esplendor. Con la mínima
visibilidad que nos ofrece el crepúsculo llegamos al coche y abandonamos el
valle en la más absoluta oscuridad, a través de una carretera solitaria que
desemboca de nuevo en la I-15.
Ya en la autopista María piensa que
divisamos Las Vegas a lo lejos, pero es una falsa alarma, se trata de las luces
de una industria cementera o similar. Pero poco después, cuando aún faltan 20
millas según el GPS para llegar a nuestro hotel, aparece ante nosotros una
alfombra de luces de dimensiones bárbaras. Oteamos el horizonte en busca de los
límites de la ciudad bajo un cielo negro y nos parece asombroso. Enorme.
A medida que nos acercamos comenzamos a
distinguir, como si de un faro en la costa se tratara, la omnipresente torre
del Stratosphere. Hemos elegido este hotel por ubicación, para huir de la
vorágine del Strip. De nuevo nos vemos inmersos en el caos circulatorio de una
gran ciudad. Es como una bofetada en la cara, después de la tranquilidad de los
parques y carreteras secundarias por las que hemos circulado en la última
semana. Pero hay que adaptarse al nuevo ritmo, este es el capítulo del viaje
que nos toca vivir los próximos días.
Accedemos al self-parking del hotel y nos
sometemos al ritual del que llega por primera vez a un hotel de Las Vegas;
paseo por todo el casino para llegar a la recepción y hacer el check-in. Un
camino que se convierte en luminoso intento de seducción a los potenciales
jugadores que arrastran sus maletas en pos de su habitación. Nuestro aspecto,
polvoriento y con vestimenta para caminar, contrasta con otros huéspedes que
por allí pululan. Pero eso no importa en Las Vegas, aquí nadie se fija en el
aspecto de los demás. En 10 minutos solventamos el trámite y llegamos a la
habitación donde permaneceremos las tres próximas noches, un alivio y
paréntesis en nuestro nómada periplo.
Nos acomodamos, nos aseamos y salimos a
conocer el hotel. La zona de tiendas no es muy grande y apenas hay 4 ó 5
restaurantes de comida rápida. La principal atracción del Strastosphere es su
torre y nos acercamos a la entrada que da acceso a los ascensores. Hay una cola
enorme así que con el cansancio que tenemos abandonamos la idea de subir y la
posponemos para mañana. El día ha sido agotador y no tenemos ni ganas de cenar,
nos basta con comer unos snacks en la habitación. Cuando estamos a punto de
irnos a la cama, nuestros vecinos de habitación parecen tener ganas de fiesta y
de música alta. “Menos mal que queríamos tranquilidad”. Quince minutos después
y tras 3 llamadas a recepción, mandan a alguien de seguridad que obliga a que la
“fiesta” termine antes de lo previsto para los huéspedes de la habitación
contigua. Por fin el silencio reina, algo que nos permite caer rendidos en
escasos minutos.
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