Después de desayunar en la habitación y cargar el maletero del coche pasamos por recepción a dejar la llave. Allí siguen nuestros anfitriones intentando solventar el lío de las habitaciones y las hojas de falsos registros. Parece que no han dormido mucho y mientras nos ponemos un café y cogemos algo de bollería para su acompañamiento, nos narran sus aventuras y desventuras nocturnas. Estamos un largo rato con ellos, practicando el idioma y viendo de cerca los avatares de este tipo de negocios. Viajar a veces es simplemente eso, charlar con la gente y conocer de manera más directa su forma de vida, su día a día, sus problemas…
Después de que vuelvan a pedirnos disculpas
por enésima vez, nos despedimos y les deseamos suerte, porque la van a necesitar.
Con la luz del día el camino hacia la entrada de Bryce Canyon gana en colorido
y ahora comprendemos el porqué del nombre del cañón por el que avanza la
carretera; Red Canyon, un buen anticipo de lo que nos espera. Aún es temprano y
no hay aglomeración para entrar al parque, aunque se empieza a apreciar
movimiento en los hoteles que se encuentran en las inmediaciones del acceso.
El plan es dejar el coche en el
aparcamiento del Sunrise Point, desde aquí caminamos hasta el mirador y después
de echarle un ojo y comprobar que todavía la luz no es muy clara para obtener
una buena panorámica del parque, recorremos a pie parte del Rim Trail que une
este mirador con otro de los destacados, Sunset Point.
En este punto la acumulación de gente
comienza a ser notable y es difícil encontrar un hueco libre en la barandilla
desde el que pararse a observar una panorámica del anfiteatro principal del
parque. Sin más demora iniciamos el descenso por el trail que parte de este
punto, el Navajo Loop. Nada más abandonar el mirador nos topamos con la visión
del “hoodoo” conocido como Thor Hammer (El Martillo de Thor), por la semejanza
que tiene con la legendaria herramienta. Rápidamente el Navajo Loop se bifurca
y optamos por tomar la senda de la derecha, conocida como Wall Street.
Esta senda es mucho menos transitada que la
que baja por la parte izquierda y tiene la peculiaridad de que es mucho más
inclinada que la otra y desciende haciendo zigzags y encajonada entre paredones
verticales de roca rojiza. Debido a su fisionomía, avanzamos a la sombra con una
temperatura muy agradable. Hay algunos lugares en los que merece la pena hacer
una parada por las sorpresas que nos deparan, como puede ser toparse con pinos
de dimensiones mastodónticas entre dos paredes de piedra casi verticales. Uno se
pregunta si no han sido puestos allí intencionadamente porque asombra el tamaño
que alcanzan y sobre todo el entorno tan reducido en el que crecen.
La zona de Wall Street concluye y da paso a
un terreno más abierto que nos conduce a la encrucijada de los dos ramales del
Navajo Loop y su encuentro con otros dos trails, el Queens Garden y el
Peek-A-Boo. Mientras nos despojamos de ropa y contemplamos una simpática
ardilla jugueteando en las inmediaciones, optamos por alargar la ruta clásica
(Navajo Loop + Queens Garden) y enganchar con el Peek-A-Boo, para luego volver al
punto donde actualmente nos encontramos y rematar con la subida del Queens
Garden hacia el aparcamiento del coche.
El Peek-A-Boo es un recorrido circular que
transcurre por otra parte del anfiteatro menos concurrida y que comparte senda
con excursiones a caballo. Al llegar a la bifurcación optamos por avanzar en
sentido horario, lo que nos lleva por la sombra y en ascenso un buen rato. Vamos
parando en distintos paneles informativos con los que nos fotografiamos porque
si se acreditan fotos en 3 puntos del parque te entregan un pin de recuerdo en
el Visitor Center.
Hasta ahora el recorrido ha discurrido a la
sombra y llegamos al punto desde el que el Peek-A-Boo conecta con el mirador de
Bryce Point. Lo desestimamos y continuamos con el recorrido circular hasta
toparnos con un nutrido grupo de visitantes que realizan una excursión a
caballo. Dejamos tiempo para que avancen y aprovechamos para usar los baños que
existen por la zona; de esta manera podremos avanzar en silencio sin el ruido
generado por los jinetes. El último tramo del Peek-A-Boo es más soleado y
depara las vistas más increíbles del anfiteatro, a lo que contribuye una luz
solar más clara.
Volvemos al punto de partida y, después de
otra parada para tomar resuello, afrontamos Queens Garden; se nota la hora de la
mañana por la mayor afluencia de visitantes. Cuando hemos echado un ojo al
fondo de saco de Queen Victoria solo nos queda ascender con paso cansino por el
calor reinante hacia el mirador de Sunset Point, al que llegamos sudorosos; no
nos importa porque las vistas nos recompensan. La combinación de trails ha sido
perfecta y nos ha dado la verdadera medida del parque. María me confiesa que la
tarde-noche anterior Bryce le había decepcionado un poco, no cumpliendo las
expectativas previas, pero después de caminar hoy entre los hoodoos durante
casi 4 horas la impresión inicial había cambiado. Bryce es mágico.
Aprovechamos la sombra del aparcamiento en
la que recogemos el coche para tomar un pequeño refrigerio consistente en
sándwich y bebida fría. Desde aquí y ya motorizados nos trasladamos a Bryce
Point donde tenemos cierta suerte para aparcar porque hay mucha gente a esta
hora. Pero un coche se marcha justo cuando llegamos y no perdemos tiempo dando
vueltas. Este mirador depara una perspectiva del anfiteatro mucho más amplia y
desde él nos entretenemos, divisando desde la altura los lugares de paso por los
que hemos caminado hace apenas un rato. El mirador bien merece un rato de
nuestro tiempo para saborearlo.
Con el coche volvemos a Sunset Point para
volver a tener una panorámica más cercana del anfiteatro ya que ahora al
mediodía la luz es completamente distinta. En el Visitor Center reclamamos
nuestro pin, que nos hemos ganado a pulso pateando el parque. Dentro de la
instalación hay un pequeño museo con varios animales disecados que conforman
una representación de la fauna del parque. Entre ellos un “mountain lion”; al
ver el “gatito” de cerca nos alegramos de no haber tenido ningún encuentro el
día anterior en el trail de las Calf Creek Falls.
Hacemos una parada para “repostar” calorías
a la salida del parque donde un Subway nos ofrece sus servicios. Aquí los
precios son más elevados debido a su estratégica ubicación y no hay buenas ofertas
como la que aprovechamos hace unos días en Page. Almorzamos en la terraza
disfrutando de una agradable temperatura a la sombra de un toldo. Y de nuevo al
coche, ahora tenemos un trayecto de enlace hasta llegar al próximo punto en
nuestro guión particular; Zion National Park. Teníamos apuntada la opción de
visitar Cedar Breaks National Monument, que pasa por ser una versión “mini” de
Bryce Canyon, pero se nos ha echado el tiempo encima y preferimos obviarlo para
dar más cancha a Zion.
El camino es interesante paisajísticamente
hablando, pero lo que le da una dimensión inolvidable para nosotros es la
anécdota que nos acontece al recorrerlo. Antes de llegar a Glendale por la 89
la velocidad máxima de la carretera es 65 mph. Adapto la velocidad del Hyundai
con una pequeña holgura por encima del límite para conducir dentro de la
legalidad. Al llegar a Glendale reduzco a 40 mph, que es el tope marcado para
atravesar la población, y al salir de ella vuelvo a acelerar a 65-70 mph,
velocidad que traía anteriormente.
Supero un cambio de rasante y con el
rabillo del ojo me percato de la presencia de un coche en el arcén derecho,
justo cuando lo rebaso. Miro instintivamente al retrovisor y veo como un coche
patrulla se incorpora a la calzada, enciende las sirenas y las luces azules y
rojas. En cuanto puedo me aparto a la derecha y le digo a María, “nos han dado
el alto”. Llega el agente con su uniforme, estrella plateada al pecho y gafas
de espejo y después de saludar nos dice que íbamos demasiado deprisa, a 71 mph
en una zona de 55 mph.
Intento explicarle la historia de la
velocidad, que venía a 65, luego he reducido a 40 al pasar por Glendale y que
pensaba que luego el límite era de nuevo de 65. Pero no, me dice que después de
la población el límite de velocidad es de 55 mph. Me pide pasaporte, carnet de
conducir y licencia de conducción internacional. Se lo lleva todo al coche
patrulla y coteja datos; mientras por la cabeza se me pasa a cuánto ascenderá
la multa y cómo se pagará. María parece querer sacar punta a la situación y me
avanza su intención de sacar fotos al coche patrulla (aún con las luces
encendidas) reflejado en el retrovisor de su lado. Atajo sus intenciones a
tiempo porque el agente ya camina hacia nosotros.
Me devuelve la documentación y me dice que
ha metido los datos en el ordenador, me ha puesto un “warning” y la próxima vez
que me paren me van a poner un “ticketing” (multa). Respiro aliviado mientras
le pido disculpas por el exceso de velocidad. Me pregunta que a donde nos
dirigimos y respondo que a Zion: “el resto de la carretera tiene un límite de
55 mph”, me informa. Cuando hemos reanudado la marcha María socarronamente me
recuerda que hace unos días dije que estaría bien que nos parara la policía,
como en las pelis…”ya está, ya nos han parado”, se carcajea de mí. A partir de
ese momento no quito el ojo del velocímetro y de las señales de velocidad de la
carretera, ¡qué mal rato he pasado!
Nos desviamos hacia el oeste por la 9 y, antes
de llegar a Zion, nos detenemos en un mirador donde coincidimos con un motero
con el que entablo conversación. Es de Texas y le sorprende que seamos
españoles. Nos ofrece gratuitamente el pase de Zion (válido para 7 días), se lo
agradecemos pero le digo que ya tenemos el Anual Pass y no lo necesitamos.
La carretera 9 permite acceder al Zion
National Park desde el cruce con la 89 en Mt. Carmel. Lo primero que nos
encontramos es el Chequerboard Mesa, una enorme montaña con estrías horizontales
y verticales en sus caras que recuerdan al dibujo de un “tablero de ajedrez”. A
continuación se inicia un descenso entre paredes verticales de colores crema
que empequeñecen nuestro vehículo y nos hacen experimentar las dimensiones del
lugar. Al llegar al túnel encontramos una cola de vehículos que esperan para
cruzarlo, la suerte nos sonríe porque en el pequeño aparcamiento de la derecha
un coche va a salir con lo que podemos aparcar el nuestro. Nos preparamos para
caminar y tomamos la acera que nos lleva al inicio del trail del Grand Canyon
Overlook.
La ruta no es muy larga y comienza con un
tramo en subida por una estrecha escalinata natural. Desde ella se ve la
entrada al túnel de la carretera y a un ranger que regula el tráfico de este
lado. El camino bordea la montaña y pasa por una zona de caverna natural al
aire libre a la que se llega mediante pasarelas de madera. Las vistas resultan
espectaculares y plásticas. Entre unos matorrales vemos un animal pastar, al
principio pensamos que es un ciervo más, pero luego caemos en que es un “big
horn sheep”, una especie de muflón que habita la zona.
Llegamos a un mirador que supone un balcón
natural desde el que se ve parte del Zion National Park y la zigzagueante
carretera 9 varios cientos de metros más abajo. Merece la pena la caminata de
25-30 minutos para llegar hasta aquí. De vuelta al coche nos armamos de
paciencia y esperamos nuestro turno para cruzar el túnel en coche. Al llegar al
otro extremo comienza una bajada sinuosa y aprovechamos para hacer un par de
paradas y poder mirar los escenarios que vamos dejando atrás; entre ellos el
gran arco natural, que excavado en roca queda por encima del mirador del Grand
Canyon Overlook, pero que resulta indivisable desde este último punto.
Por fin llegamos al Visitor Center, donde
dejamos aparcado el coche y buscamos la salida del shuttle que recorre el
parque. El objetivo es doble, familiarizarnos con el entorno para el día
siguiente y acercarnos al punto de inicio del corto trail que lleva a The
Weeping Rock (La Roca que llora). Es impactante circular con el bus por la
carretera paralela al río Virgin y empotrada al fondo de un cañón de
dimensiones considerables. El viaje es amenizado con una locución grabada que
va dando detalles del parque, su historia, su fauna, su flora y sus trails más
importantes.
Nos apeamos en la parada que nos
corresponde y tomamos una empinada calzada que en apenas 5 minutos nos lleva a
la roca. Por la pared de la montaña no deja de gotear de una manera incesante
un reguero de agua que al pasar al aire se convierte en un “efecto lluvia”
perfecto. Atravesamos la cortina de agua y buscamos acomodo en los bancos que
hay al abrigo de la roca. Pasamos un largo rato observando el fenómeno de las
gotas con la imagen del parque de fondo. Realmente parece que está lloviendo.
Es demasiado tarde para aventurarnos a
realizar más caminatas así que tomamos el bus de vuelta al Visitor Center,
recogemos el coche y ponemos rumbo a Hurricane, dónde pernoctaremos. Esta noche
toca hacerlo en el Travelodge Hurricane; un hotel bastante correcto y limpio
con una cama tipo “king size”. Desproporcionada. El resto de la tarde-noche lo
ocupamos en acercarnos a un supermercado Lin’s en el que compramos víveres y
bebidas para recargar nuestra ya exigua despensa. También compramos unas pizzas
que cocinamos en el microondas de la habitación. Es otra buena oportunidad para
probar más cervezas de Utah. La jornada de mañana será intensa, así que no
tardamos en acostarnos.
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