lunes, 24 de noviembre de 2014

Caminando entre los "hoodoos" de Bryce Canyon - (domingo, 14 de septiembre de 2014)



Después de desayunar en la habitación y cargar el maletero del coche pasamos por recepción a dejar la llave. Allí siguen nuestros anfitriones intentando solventar el lío de las habitaciones y las hojas de falsos registros. Parece que no han dormido mucho y mientras nos ponemos un café y cogemos algo de bollería para su acompañamiento, nos narran sus aventuras y desventuras nocturnas. Estamos un largo rato con ellos, practicando el idioma y viendo de cerca los avatares de este tipo de negocios. Viajar a veces es simplemente eso, charlar con la gente y conocer de manera más directa su forma de vida, su día a día, sus problemas…

Después de que vuelvan a pedirnos disculpas por enésima vez, nos despedimos y les deseamos suerte, porque la van a necesitar. Con la luz del día el camino hacia la entrada de Bryce Canyon gana en colorido y ahora comprendemos el porqué del nombre del cañón por el que avanza la carretera; Red Canyon, un buen anticipo de lo que nos espera. Aún es temprano y no hay aglomeración para entrar al parque, aunque se empieza a apreciar movimiento en los hoteles que se encuentran en las inmediaciones del acceso.

El plan es dejar el coche en el aparcamiento del Sunrise Point, desde aquí caminamos hasta el mirador y después de echarle un ojo y comprobar que todavía la luz no es muy clara para obtener una buena panorámica del parque, recorremos a pie parte del Rim Trail que une este mirador con otro de los destacados, Sunset Point.





En este punto la acumulación de gente comienza a ser notable y es difícil encontrar un hueco libre en la barandilla desde el que pararse a observar una panorámica del anfiteatro principal del parque. Sin más demora iniciamos el descenso por el trail que parte de este punto, el Navajo Loop. Nada más abandonar el mirador nos topamos con la visión del “hoodoo” conocido como Thor Hammer (El Martillo de Thor), por la semejanza que tiene con la legendaria herramienta. Rápidamente el Navajo Loop se bifurca y optamos por tomar la senda de la derecha, conocida como Wall Street.

Esta senda es mucho menos transitada que la que baja por la parte izquierda y tiene la peculiaridad de que es mucho más inclinada que la otra y desciende haciendo zigzags y encajonada entre paredones verticales de roca rojiza. Debido a su fisionomía, avanzamos a la sombra con una temperatura muy agradable. Hay algunos lugares en los que merece la pena hacer una parada por las sorpresas que nos deparan, como puede ser toparse con pinos de dimensiones mastodónticas entre dos paredes de piedra casi verticales. Uno se pregunta si no han sido puestos allí intencionadamente porque asombra el tamaño que alcanzan y sobre todo el entorno tan reducido en el que crecen.





La zona de Wall Street concluye y da paso a un terreno más abierto que nos conduce a la encrucijada de los dos ramales del Navajo Loop y su encuentro con otros dos trails, el Queens Garden y el Peek-A-Boo. Mientras nos despojamos de ropa y contemplamos una simpática ardilla jugueteando en las inmediaciones, optamos por alargar la ruta clásica (Navajo Loop + Queens Garden) y enganchar con el Peek-A-Boo, para luego volver al punto donde actualmente nos encontramos y rematar con la subida del Queens Garden hacia el aparcamiento del coche.




El Peek-A-Boo es un recorrido circular que transcurre por otra parte del anfiteatro menos concurrida y que comparte senda con excursiones a caballo. Al llegar a la bifurcación optamos por avanzar en sentido horario, lo que nos lleva por la sombra y en ascenso un buen rato. Vamos parando en distintos paneles informativos con los que nos fotografiamos porque si se acreditan fotos en 3 puntos del parque te entregan un pin de recuerdo en el Visitor Center.



Hasta ahora el recorrido ha discurrido a la sombra y llegamos al punto desde el que el Peek-A-Boo conecta con el mirador de Bryce Point. Lo desestimamos y continuamos con el recorrido circular hasta toparnos con un nutrido grupo de visitantes que realizan una excursión a caballo. Dejamos tiempo para que avancen y aprovechamos para usar los baños que existen por la zona; de esta manera podremos avanzar en silencio sin el ruido generado por los jinetes. El último tramo del Peek-A-Boo es más soleado y depara las vistas más increíbles del anfiteatro, a lo que contribuye una luz solar más clara.












Volvemos al punto de partida y, después de otra parada para tomar resuello, afrontamos Queens Garden; se nota la hora de la mañana por la mayor afluencia de visitantes. Cuando hemos echado un ojo al fondo de saco de Queen Victoria solo nos queda ascender con paso cansino por el calor reinante hacia el mirador de Sunset Point, al que llegamos sudorosos; no nos importa porque las vistas nos recompensan. La combinación de trails ha sido perfecta y nos ha dado la verdadera medida del parque. María me confiesa que la tarde-noche anterior Bryce le había decepcionado un poco, no cumpliendo las expectativas previas, pero después de caminar hoy entre los hoodoos durante casi 4 horas la impresión inicial había cambiado. Bryce es mágico.









Aprovechamos la sombra del aparcamiento en la que recogemos el coche para tomar un pequeño refrigerio consistente en sándwich y bebida fría. Desde aquí y ya motorizados nos trasladamos a Bryce Point donde tenemos cierta suerte para aparcar porque hay mucha gente a esta hora. Pero un coche se marcha justo cuando llegamos y no perdemos tiempo dando vueltas. Este mirador depara una perspectiva del anfiteatro mucho más amplia y desde él nos entretenemos, divisando desde la altura los lugares de paso por los que hemos caminado hace apenas un rato. El mirador bien merece un rato de nuestro tiempo para saborearlo.





Con el coche volvemos a Sunset Point para volver a tener una panorámica más cercana del anfiteatro ya que ahora al mediodía la luz es completamente distinta. En el Visitor Center reclamamos nuestro pin, que nos hemos ganado a pulso pateando el parque. Dentro de la instalación hay un pequeño museo con varios animales disecados que conforman una representación de la fauna del parque. Entre ellos un “mountain lion”; al ver el “gatito” de cerca nos alegramos de no haber tenido ningún encuentro el día anterior en el trail de las Calf Creek Falls.




Hacemos una parada para “repostar” calorías a la salida del parque donde un Subway nos ofrece sus servicios. Aquí los precios son más elevados debido a su estratégica ubicación y no hay buenas ofertas como la que aprovechamos hace unos días en Page. Almorzamos en la terraza disfrutando de una agradable temperatura a la sombra de un toldo. Y de nuevo al coche, ahora tenemos un trayecto de enlace hasta llegar al próximo punto en nuestro guión particular; Zion National Park. Teníamos apuntada la opción de visitar Cedar Breaks National Monument, que pasa por ser una versión “mini” de Bryce Canyon, pero se nos ha echado el tiempo encima y preferimos obviarlo para dar más cancha a Zion.


El camino es interesante paisajísticamente hablando, pero lo que le da una dimensión inolvidable para nosotros es la anécdota que nos acontece al recorrerlo. Antes de llegar a Glendale por la 89 la velocidad máxima de la carretera es 65 mph. Adapto la velocidad del Hyundai con una pequeña holgura por encima del límite para conducir dentro de la legalidad. Al llegar a Glendale reduzco a 40 mph, que es el tope marcado para atravesar la población, y al salir de ella vuelvo a acelerar a 65-70 mph, velocidad que traía anteriormente.

Supero un cambio de rasante y con el rabillo del ojo me percato de la presencia de un coche en el arcén derecho, justo cuando lo rebaso. Miro instintivamente al retrovisor y veo como un coche patrulla se incorpora a la calzada, enciende las sirenas y las luces azules y rojas. En cuanto puedo me aparto a la derecha y le digo a María, “nos han dado el alto”. Llega el agente con su uniforme, estrella plateada al pecho y gafas de espejo y después de saludar nos dice que íbamos demasiado deprisa, a 71 mph en una zona de 55 mph.

Intento explicarle la historia de la velocidad, que venía a 65, luego he reducido a 40 al pasar por Glendale y que pensaba que luego el límite era de nuevo de 65. Pero no, me dice que después de la población el límite de velocidad es de 55 mph. Me pide pasaporte, carnet de conducir y licencia de conducción internacional. Se lo lleva todo al coche patrulla y coteja datos; mientras por la cabeza se me pasa a cuánto ascenderá la multa y cómo se pagará. María parece querer sacar punta a la situación y me avanza su intención de sacar fotos al coche patrulla (aún con las luces encendidas) reflejado en el retrovisor de su lado. Atajo sus intenciones a tiempo porque el agente ya camina hacia nosotros.

Me devuelve la documentación y me dice que ha metido los datos en el ordenador, me ha puesto un “warning” y la próxima vez que me paren me van a poner un “ticketing” (multa). Respiro aliviado mientras le pido disculpas por el exceso de velocidad. Me pregunta que a donde nos dirigimos y respondo que a Zion: “el resto de la carretera tiene un límite de 55 mph”, me informa. Cuando hemos reanudado la marcha María socarronamente me recuerda que hace unos días dije que estaría bien que nos parara la policía, como en las pelis…”ya está, ya nos han parado”, se carcajea de mí. A partir de ese momento no quito el ojo del velocímetro y de las señales de velocidad de la carretera, ¡qué mal rato he pasado!

Nos desviamos hacia el oeste por la 9 y, antes de llegar a Zion, nos detenemos en un mirador donde coincidimos con un motero con el que entablo conversación. Es de Texas y le sorprende que seamos españoles. Nos ofrece gratuitamente el pase de Zion (válido para 7 días), se lo agradecemos pero le digo que ya tenemos el Anual Pass y no lo necesitamos.

La carretera 9 permite acceder al Zion National Park desde el cruce con la 89 en Mt. Carmel. Lo primero que nos encontramos es el Chequerboard Mesa, una enorme montaña con estrías horizontales y verticales en sus caras que recuerdan al dibujo de un “tablero de ajedrez”. A continuación se inicia un descenso entre paredes verticales de colores crema que empequeñecen nuestro vehículo y nos hacen experimentar las dimensiones del lugar. Al llegar al túnel encontramos una cola de vehículos que esperan para cruzarlo, la suerte nos sonríe porque en el pequeño aparcamiento de la derecha un coche va a salir con lo que podemos aparcar el nuestro. Nos preparamos para caminar y tomamos la acera que nos lleva al inicio del trail del Grand Canyon Overlook.




La ruta no es muy larga y comienza con un tramo en subida por una estrecha escalinata natural. Desde ella se ve la entrada al túnel de la carretera y a un ranger que regula el tráfico de este lado. El camino bordea la montaña y pasa por una zona de caverna natural al aire libre a la que se llega mediante pasarelas de madera. Las vistas resultan espectaculares y plásticas. Entre unos matorrales vemos un animal pastar, al principio pensamos que es un ciervo más, pero luego caemos en que es un “big horn sheep”, una especie de muflón que habita la zona.







Llegamos a un mirador que supone un balcón natural desde el que se ve parte del Zion National Park y la zigzagueante carretera 9 varios cientos de metros más abajo. Merece la pena la caminata de 25-30 minutos para llegar hasta aquí. De vuelta al coche nos armamos de paciencia y esperamos nuestro turno para cruzar el túnel en coche. Al llegar al otro extremo comienza una bajada sinuosa y aprovechamos para hacer un par de paradas y poder mirar los escenarios que vamos dejando atrás; entre ellos el gran arco natural, que excavado en roca queda por encima del mirador del Grand Canyon Overlook, pero que resulta indivisable desde este último punto.




Por fin llegamos al Visitor Center, donde dejamos aparcado el coche y buscamos la salida del shuttle que recorre el parque. El objetivo es doble, familiarizarnos con el entorno para el día siguiente y acercarnos al punto de inicio del corto trail que lleva a The Weeping Rock (La Roca que llora). Es impactante circular con el bus por la carretera paralela al río Virgin y empotrada al fondo de un cañón de dimensiones considerables. El viaje es amenizado con una locución grabada que va dando detalles del parque, su historia, su fauna, su flora y sus trails más importantes.


Nos apeamos en la parada que nos corresponde y tomamos una empinada calzada que en apenas 5 minutos nos lleva a la roca. Por la pared de la montaña no deja de gotear de una manera incesante un reguero de agua que al pasar al aire se convierte en un “efecto lluvia” perfecto. Atravesamos la cortina de agua y buscamos acomodo en los bancos que hay al abrigo de la roca. Pasamos un largo rato observando el fenómeno de las gotas con la imagen del parque de fondo. Realmente parece que está lloviendo.




Es demasiado tarde para aventurarnos a realizar más caminatas así que tomamos el bus de vuelta al Visitor Center, recogemos el coche y ponemos rumbo a Hurricane, dónde pernoctaremos. Esta noche toca hacerlo en el Travelodge Hurricane; un hotel bastante correcto y limpio con una cama tipo “king size”. Desproporcionada. El resto de la tarde-noche lo ocupamos en acercarnos a un supermercado Lin’s en el que compramos víveres y bebidas para recargar nuestra ya exigua despensa. También compramos unas pizzas que cocinamos en el microondas de la habitación. Es otra buena oportunidad para probar más cervezas de Utah. La jornada de mañana será intensa, así que no tardamos en acostarnos.

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