Última jornada completa en tierras de la costa oeste americana, no perdemos nuestra costumbre de estar listos y dispuestos a las 07.00 am para recoger nuestro desayuno en la recepción del hotel. Lo tomamos en la mesa de la habitación, con calma y cogiendo energías porque la jornada va a ser intensa. Cereales, café, zumo, bollería y algo de fruta componen nuestra dieta de choque.
Lo primero que hacemos es una parada en el
Bubblegum Alley (callejón del chicle) que no es más que un callejón (ubicado
entre el 733 y el 734 de Higuera Street) cuyas paredes lucen millones de
chicles formando un collage de dudoso gusto, pero ahí está, como uno de los
atractivos de San Luis Obispo. Antes de las 08.00 am estamos en el centro de la
ciudad y aparcar no supone ningún problema.
Damos un breve paseo por la fachada y
alrededores de la Misión de San Luis Obispo de Tolosa, cerca de la que pasa el
pequeño arroyo San Luis Obispo Creek cuyo entorno está muy bien cuidado con un
parque y bancos en los que descansar. Más tarde caminamos por las manzanas
aledañas donde se levanta algún edificio oficial de ladrillo rojo como el
History Center of San Luis Obispo County y algunas bonitas casas que llaman
nuestra atención.
Es hora de poner rumbo al siguiente punto y
lo hacemos conduciendo por la 101 en dirección sur. Nuestro próximo objetivo es
Solvang. Atravesamos la localidad por su calle principal, que en realidad es la
carretera 246 por la que nos hemos desviado, y buscamos el punto de información
turística de Copenhagen Drive, a cuyo lado aparcamos. En el pequeño kiosco, un
amable señor ataviado con traje típico danés nos entrega un mapa y nos informa
sobre las principales atracciones de la ciudad.
Solvang es una localidad que fue fundada
por daneses emigrantes que añoraban su país natal y edificaron manteniendo la
estética danesa en las construcciones. El pueblo hoy en día está repleto de
tiendas porque se ha convertido en atracción turística por su peculiaridad. La
temperatura es ideal y nos lanzamos a un agradable paseo por las calles del
pintoresco pueblecito, que nos lleva a desfilar delante de algunas
construcciones que recuerdan el país nórdico: la figura de un enorme zueco
frente a una zapatería, molinos de viento de alegres colores, llamativos
escaparates de panaderías que muestran apetecibles dulces y panes….
Llegamos a la Old Mission Santa Ines y
deambulamos por sus jardínes y exteriores para poder ver sus edificaciones de
tipo colonial; es sábado y la iglesia está preparada para una ceremonia
nupcial. En una explanada aledaña se celebra una concentración de “Volkswagens”
clásicos y hay un ambiente festivo rodeando el evento con puestos de limonada y
humeantes barbacoas.
Volvemos hacia el centro de la localidad en
busca de una réplica a pequeña escala de la estatua de la Sirenita y hacemos
una visita al Museo de Hans Christian Andersen en el interior de una modesta
casa de dos plantas donde se guardan objetos relacionados con el escritor y su
obra literaria en forma de biblioteca. Un poco más allá el Solvang Park acoge
un busto del propio escritor. Hacemos uso de los aseos públicos que hay en el
parque y continuamos nuestro paseo por la parte del centro de la localidad que
aún no hemos visto. Las construcciones de estilo danés recrean a la perfección
un pueblo del norte de Europa y es una delicia contemplar sus vivos colores.
Repostamos antes de abandonar el
pueblecito, a pie de la misma 246. No deshacemos el camino ya que avanzamos
para abandonar el pueblo en otra dirección y vamos a parar a la carretera 154
que discurre por una zona montañosa interior, alejada de la costa, y que bordea
el bonito Lake Cachuma, ofreciendo paisajes completamente diferentes a los que
hemos venido contemplando a orillas del Pacífico estos dos días atrás.
Desembocamos en la carretera de la costa
(número 1) justo antes de la entrada a Santa Barbara y marcamos en el GPS el
punto más alejado del centro de la localidad para visitarlo en primer lugar;
nos dirigimos a la Old Mission Santa Barbara. Existe un amplio parking para los
visitantes y nos permite visitar cómodamente los exteriores de la construcción
colonial que tiene una bonita fachada flanqueada por grandes árboles y una
fuente de piedra cubierta de musgo. Algunas palmeras salpican las praderas que
se extienden en la parte frontal de la Misión.
A través de sus soportales nos asomamos al
edificio que da acceso al interior y vemos sus techos de madera profusamente
decorados. Volvemos al coche y una larga y recta calle nos conduce directamente
a la zona de playa. Vemos el punto de información turística y tenemos suerte
porque conseguimos aparcar a escasa distancia en el boulevard paralelo al mar.
Recogemos un mapa y lo primeo que hacemos es dirigirnos caminando al Stearns
Wharf, un muelle de madera que se adentra en el Pacífico y que permite vistas
de las playas de Santa Barbara plagadas de palmeras y de la población a sus
espaldas enmarcada con el fondo de las montañas.
El muelle está muy animado a estas horas y
al ser sábado hay una actividad incipiente. En el restaurante situado en su extremo
pedimos una crema de marisco, servida en su bol en forma de pan, para llevar. En
un banco del boulevard, con vistas a la playa y al propio océano, damos buena
cuenta de ella. Hay una ligera brisa agradable aunque sopla racheadamente con
fuerza y vemos caer cerca de nosotros algunas hojas de palmera seca
desprendidas de las partes más altas de los árboles. Aligeramos para evitar ser
golpeados por alguna de ellas.
Movemos el coche para dirigirnos al centro
de la población y visitar algunos puntos de interés. Pasamos por la vieja
prisión (Royal Presidio of Santa Barbara) antes de aparcar frente al Palacio de
Justicia. Imponente edificación rodeada de verdes jardines y altas palmeras. En
el interior tomamos el ascensor que compartimos con la novia de origen hispano
de una boda que está a punto de celebrarse. Llegamos a lo alto de la torre del
reloj también conocido como Mirador, cuyo acceso es gratuito, y que depara
vistas de 360º, de tal manera que podemos ver el mar, las montañas y los tejados
de las principales construcciones del centro de Santa Barbara.
Pero lo que más nos llama la atención es
que en el centro de la torre y al aire libre, bajo la sombra de la cúpula, se
está celebrando la ceremonia nupcial entre docenas de invitados. El cura lanza
su discurso entre el ajetreo de turistas y visitantes que se entremezclan con
la gente que asiste a la boda. El aspecto de los novios resulta llamativo y aún
más el de los padrinos ataviados con sombreros de cowboy.
Abandonamos la torre y visitamos los
interiores del Palacio de Justicia donde destaca sobremanera el salón de actos
cuyas paredes y techos están completamente cubiertos por murales, representando
escenas relativas a la historia de la ciudad. Cuando nos alejamos de las
blancas fachadas del Palacio nos cruzamos con otros novios que llegan al lugar;
evidentemente el sitio es lugar habitual de celebración de este tipo de
eventos.
La carretera que nos lleva de Santa Barbara
a Los Angeles tiene un tráfico bastante denso en sentido contrario al de
nuestra marcha; el fin de semana debe propiciar multitud de desplazamientos a
las zonas costeras y de playas. Obviamos el desvío para visitar la zona de Malibu
y nos dirigimos a las playa de Venice Beach. Un atasco nos recibe a la entrada
de la ciudad angelina como si quisiera recordarnos constantemente una de las
características principales de su idiosincrasia. Nos armamos de paciencia; no
es que estemos mucho tiempo atascados pero nos hemos acostumbrado a conducir
casi siempre por solitarias carreteras y ahora tenemos falta de costumbre ante
este tipo de aglomeraciones.
Con el coche nos adentramos por la zona de
canales artificiales que da nombre al área de Venice y luego nos dirigirmos a
Washington Boulevard en busca de fortuna a la hora de estacionar. Y la encontramos
porque un vehículo deja una plaza libre en la zona de parquímetros. Preguntamos
a los porteros de un local cercano, donde se celebra alguna fiesta de
cumpleaños, por el funcionamiento de los aparatos y resulta sencillo pagar con
tarjeta el importe para dejar el coche una hora; basta con marcar la matrícula
y el número rotulado en el bordillo de la plaza que ocupamos. Nos insisten en
que no rebasemos el tiempo porque no titubean a la hora de multar.
Frente a la playa se extiende el Venice
Fishing Pier y el área ofrece la típica postal de las playas californianas con
palmeras, puestos de madera dónde desarrollan su trabajo los socorristas, gente
haciendo deporte (bien corriendo o en bicicleta). Caminamos en dirección norte
por el Ocean Front Walk viendo el ambiente que se respira hasta una zona con
puestos callejeros que es frecuentado por gente de aspecto bohemio, habitual
por estos lares.
Caminando llegamos a la zona de Muscle
Beach donde el punto de mayor interés lo constituye un gimnasio al aire libre
donde varios hombres se ejercitan. El lugar se hizo famoso en la década de los
70 gracias al mundialmente conocido Arnold Schwarzenegger, que entrenaba aquí
cuando consiguió varios títulos de Mister Olympia y antes de dar el salto a la
gran pantalla. Se trata por lo tanto de una meca del culturismo.
El entorno del gimnasio está rodeado de
instalaciones deportivas e incluso existen aparatos y barras que permiten el
ejercicio sobre la propia arena de la playa. Más al norte destacan las pistas
de skate y si siguiéramos caminando llegaríamos a la vecina playa de Santa
Mónica. Sin embargo damos media vuelta e iniciamos el retorno hacia el coche.
Nos metemos en la arena y caminamos por ella un rato hasta que vemos a una
socorrista abandonar su torre de vigilancia a la carrera con flotador rojo en
mano, como si de una escena de “Los Vigilantes de la Playa” se tratara.
Al final resulta ser una falsa alarma y
cuando retorna a su puesto le pregunto si puedo hacerme una foto con ella.
Lejos de negarse se ofrece amablemente e incluso se desabrocha la cazadora roja
que lleva para, según ella, mostrar un look más “hot” y lucir el bikini que
viste. Con sus gafas de sol, su atuendo rojo y su pelo rubio no puede
representar de manera más fidedigna el típico estereotipo de una socorrista de
estas playas.
Regresamos al coche antes de que venza el
tiempo del parquímetro, son poco menos de las 18.00 y tenemos tiempo de sobra
para desplazarnos hasta el aparcamiento ubicado junto al Santa Monica Municipal
Court, que resulta bastante más económico que cualquier otro más cercano al
pier. Un paseo de escasos 10 minutos hace que nos plantemos a pie de arena,
justo al sur del emblemático Santa Mónica Pier.
Las playas de Santa Mónica y de Venice son
contiguas y están comunicadas así que si hubiésemos tenido tiempo y ganas
podríamos haber caminado a lo largo de ambas. Aguardamos unos minutos a que el
sol se oculte tras la silueta de la montaña rusa del pier lo que nos ofrece una
de las imágenes más icónicas de Los Angeles.
Queremos acceder a la parte alta del muelle
de madera donde hay un concierto que nos obliga a pasar por debajo de él y
acceder por su lado norte. Desde esta posición vemos como el sol se pierde en
el horizonte, nuestro último atardecer en tierras americanas lo presenciamos en
un bonito lugar. Permanecemos de pie azotamos por una brisa que empieza a ser
gélida hasta que el disco solar es engullido por completo por la línea
tierra-mar.
Nos queda dar un paseo por el propio pier y
toparnos con la famosa señal que marca el supuesto final de la Ruta 66.
Llegados a este punto nosotros no hemos completado tan afamada ruta aunque el
cartel sirve para escenificar perfectamente el final de nuestro viaje, ese que
nos ha llevado a recorrer cuatro estados durante las últimas tres semanas. Con
un cielo oscuro sobre nuestras cabezas damos una vuelta por el parque de
atracciones y contemplamos su iluminación y las aguas batiendo en la penumbra sobre
la arena de la playa.
De vuelta al coche nos topamos en el propio
pier con una campaña promocional de la nueva temporada de la serie “The Walking
Dead”; los actores perfectamente maquillados simulan ser zombies que deambulan
entre la muchedumbre que allí se da cita. Somos seguidores de la serie y nos hace
ilusión la coincidencia con el evento.
Conducimos hasta el hotel Royal Century
Hotel, también ubicado en Inglewood, que verá nuestra última noche del viaje.
Después de alojarnos buscamos el supermercado más cercano y allí nos dirigimos
para comprar algunas cosas que nos queremos llevar a España y de paso algo para
cenar porque no nos apetece hacerlo fuera del hotel. Mientras cenamos sobre la
mesa de la habitación rememoramos las últimas tres semanas y lo rápido que se
nos han pasado. Eso es síntoma de que hemos aprovechado el tiempo, no hemos parado
y hay un montón de cosas que hemos hecho y que podemos contar. De cara al día
siguiente decidimos aprovechar por segunda vez el pase que nos da derecho a
visitar 3 días el Universal Studios. Nos encantó y porqué no repetir
aprovechando nuestras últimas horas en la ciudad.
No hay comentarios:
Publicar un comentario