lunes, 24 de noviembre de 2014

Yosemite, caminando entre secuoyas - (domingo, 21 de septiembre de 2014)



A las 07.15 am estamos abandonando el hotel; a pesar de que nuestro anfitrión nos dijo que el desayuno lo servía a partir de las 9 de la mañana desoímos su oferta porque queríamos partir temprano para aprovechar el tiempo. El día vuelve a amanecer despejado y parece que las tormentas y negras nubes que teñían los mapas de pronósticos meteorológicos han acabado por alejarse. La carretera 41, esta vez en dirección norte, nos muestra su colorido y tupida vegetación bajo un tibio sol matutino. Todo es muy diferente a plena luz del día.

Accedemos por la entrada sur del Yosemite National Park; había leído que el parking de la zona de Mariposa Grove se llena rápido por las mañana y entonces cortan el acceso a los vehículos obligándoles a desplazarse al Wawona Hotel (unas millas más al norte) desde dónde se puede tomar un shuttle gratuito que conecta ambos puntos. Y además hoy es domingo, así que se duplica la amenaza de coincidir con multitud de visitantes.

Son las 8 y llegamos al aparcamiento en el que apenas hay media docena de vehículos. Tomamos un zumo y unas galletas antes de emprender la marcha. La temperatura aún no ha comenzado a subir y hace fresquito para ir en pantalón corto; sin embargo opto por no ponerme pantalón largo, mucho más incómodo cuando el sol caliente.

Esta zona de Yosemite se caracteriza por la existencia de un grupo de unas 500 secuoyas gigantes adultas que salpican el área de bosque y que por lo tanto conviven con más especies de árboles. Existe una telaraña de senderos que permiten acceder a los ejemplares más significativos, por lo que cada visitante puede diseñar su ruta en función del tiempo disponible y las ganas de caminar. A nosotros de lo segundo nos sobra y parece que el clima acompaña en la jornada de hoy.

Echamos un ojo al panel del aparcamiento que muestra un mapa de detalle con la ubicación de los principales árboles de interés a visitar, así como de los caminos y sendas que los unen. Nos hacemos un esquema mental del recorrido que vamos a seguir y comenzamos a caminar. En el inicio de la ruta coincidimos con un grupo de moteros, bastante ruidosos, que se adentran en el bosque de secuoyas a la par que nosotros. Con suerte perderemos su pista en un rato y podremos disfrutar del entorno con la tranquilidad que el sitio requiere.

Nada más pisar tierra nos topamos con el primer ejemplar de secuoya gigante que en este caso yace en el suelo y deja al descubierto su sistema de enraizado que sorprende por su menudo tamaño para lo que sería de esperar en un árbol de semejantes dimensiones. Diversos paneles informativos y secciones de troncos de secuoyas muestran la edad que puede alcanzar esta especie (algunos ejemplares pueden llegar a vivir más de 3000 años) y como el paso del tiempo va formando anillos en sus gruesos troncos, que a la postre suponen muescas para determinar su longevidad.



El terreno asciende ligeramente, cosa que se agradece para entrar en calor hasta que la temperatura ambiente se eleve. Llegamos al conjunto conocido como Bachelor & Three Graces, rodeado por una valla de madera para evitar que los visitantes caminen o pisen la zona de raíces que al parecer resulta bastante dañino para las secuoyas. Nos indignamos al ver como algún componente del grupo de moteros ignora la prohibición, sobrepasa las vallas y se abraza al tronco de los árboles solo por obtener una foto para su perfil de Instagram.





Ralentizamos nuestra marcha para disfrutar del bosque y de las secuoyas gigantes a la par que conseguimos que el incómodo grupo que nos precede se distancie y podamos perderlo de vista. Antes de llegar al Grizzly Giant no hay rastro de los moteros y respiramos la calma del lugar mientras rodeamos el perímetro delimitado alrededor de este enorme ejemplar. A poca distancia se alza el California Tunnel Tree, con una abertura en su tronco de tamaño suficiente para que las personas puedan atravesarlo andando.






La corteza de las secuoyas es muy resistente al fuego y es esa característica precisamente de la que se aprovechan los incendios provocados y controlados, que acaban con otras especies de árboles que crecen alrededor de estos gigantes y así conseguir que los grandes ejemplares dispongan de más espacio y terreno del que captar nutrientes, y por lo tanto puedan desarrollarse en mayor medida. Continuamos con nuestro paseo que se está convirtiendo en muy agradable, la temperatura comienza a subir, el sol se eleva entre las copas de los árboles y apenas hay visitantes en nuestro campo de visión.






Llegamos al cruce con la carretera atraídos por un grupo de ciervos que comen muy cerca del asfalto; ni se inmutan ante la presencia de nuestras cámaras y dejan que nos acerquemos a un par de metros. Hacemos señas con las manos para que una pareja de japoneses y sus dos hijos que se aproximan a la escena se percaten de la presencia de los cérvidos y no los espanten. Se unen al tour fotográfico junto a nosotros.


Avanzamos por la solitaria carretera siempre cuesta arriba hasta encontrar el siguiente punto de interés, la Faithful Couple. Se trata de un ejemplar de secuoya con un tronco que en su parte más alta se divide en dos dando lugar a una copa doble. Entablamos una breve conversación con la familia de aspecto oriental que nos dicen ser del Condado de Orange, en la propia California, y que se han acercado a Mariposa Grove a pasar el día.


Volvemos a caminar por tierra y en incesante ascenso pasamos por el siguiente punto marcado en el mapa, el Clothespin Tree (el árbol “pinza de la ropa”), evidentemente llamado así por su peculiar forma. El camino alcanza una especie de collado y se bifurca en varias sendas, pero antes de decidir por cual seguiremos, hacemos una parada en los aseos mimetizados en forma de cabaña de madera. Vemos que a estas horas ya han comenzado a funcionar los trenecitos que recorren el parque a través de la pista asfaltada, otra forma de ver Mariposa Grove para los que no quieren caminar o disponen de menos tiempo. Optamos por tomar el Upper Grove, un sendero que asciende dejando la carretera pavimentada a su izquierda y que nos llevará a otras secuoyas gigantes dignas de ser observadas.



El siguiente árbol con el que nos encontramos es conocido como Telescope Tree; se alcanza a comprender el significado del nombre cuando uno se coloca dentro del tronco hueco y mira hacia arriba pudiendo ver el cielo azul como a través de un tubo. Esta zona de bosque permite divisar áreas que han sido consumidas por fuegos deliberados y otras con vegetación más densa y exuberante, entre la que emergen algunos gigantes que parecen vigías con sus elevadas copas sobresaliendo entre todos lo demás.



Vamos a parar al Fallen Wawona Tunnel Tree donde unas antiguas fotos muestran como era el árbol antes de venirse abajo por el debilitamiento que sufrió su tronco. Algunas secuoyas de Wawona fueron talladas y agujereadas para que coches de época pudieran pasar a través de ellas, se perseguía atraer al turismo de aquellos años y es la explicación del origen de estos “túneles” horadados artificialmente. Vemos a lo lejos a la familia japonesa con la que nos vamos cruzando aleatoriamente en nuestras distintas rutas y les hacemos señas para que se acerquen, porque antes parecían andar despistados buscando el ejemplar en el que ahora estamos.









Abandonamos el Upper Grove justo en el cruce en el que se eleva el Galen Clark Tree (así nombrado en honor a uno de los fundadores de Mariposa Grove) para tomar un ramal que en ligero ascenso finaliza en lo que se conoce como Wawona Point. Aquí arriba un retén de bomberos con su camión patrulla el bosque para detectar el inicio de posibles incendios. Al asomarnos al mirador comprendemos el motivo por el que eligen este punto; en un día despejado como hoy se tiene una perspectiva amplísima de esta zona de Yosemite, en la que resalta la verde pradera del Wawona Hotel.




Tomamos un tentempié e iniciamos el descenso que nos lleva al Fallen Wawona Tunnel Tree, donde entramos en una bonita senda que discurre por un área de bosque repleto de secuoyas gigantes, no es extraño que se eligiera este paraje para levantar una modesta cabaña de madera que hace las veces de museo. El interior del Mariposa Grove Museum contiene elementos que ayudan a interpretar el ciclo de vida de estos portentos de la naturaleza que son las secuoyas. Una señora se afana en darnos explicaciones que acompañan las que figuran en los paneles informativos. De paso le preguntamos por el camino más corto al aparcamiento y nos lo marca en un mapa.






La vuelta resulta agradable y sencilla, apenas nos topamos con gente hasta que llegamos a la zona del California Tunnel Tree, donde queda patente que nos acercamos al mediodía y los grupos de visitantes llegan de forma masiva. María casi es víctima de una piña en forma de proyectil que se ha desprendido desde la copa de un árbol, escucha el silbido cerca de su cabeza y luego el impacto contra el suelo. Ha estado cerca, a esa velocidad habría sido un golpe considerable.

El aparcamiento está completo y respiramos aliviados cuando nos damos cuenta de que en su momento tomamos la decisión correcta. Hemos podido pasear por espacio de casi 4 horas en total tranquilidad; hemos evitado la marabunta y las aglomeraciones de las que somos poco amigos. Cuando llegamos al cruce con la 41 una línea de conos naranjas corta el acceso a los coches y los desvía hacia el shuttle que parte del Wawona Hotel; volvemos a comentar el acierto de nuestra temprana llegada esta mañana.

Salimos en dirección a Oakhurst porque un par de millas antes de la entrada a Mariposa Grove hemos visto que hay una tienda en Fish Camp, la idea es comprar hielo y algunas cervezas que nos sirvan para acompañar el picnic que improvisaremos antes de volver a Yosemite Valley, donde queremos pasar unas horas más. La 41 tiene un trasiego importante de vehículos, muchos visitantes quieren aprovechar el esplendido día que ha amanecido y pasarlo en el parque.

Hacemos una breve incursión con el coche por la zona del Wawona Hotel para apreciar la morfología de la construcción que realmente resulta bonita y llamativa con sus porches de madera blanca. Paramos en el área cercana al río donde autobuses de turistas se han detenido para comer, buscamos una mesa a la sombra y desplegamos nuestro particular picnic. La nevera portátil está dando muchísimo juego y con el hielo que hemos comprado ha creado el microclima ideal para que las cervezas se hayan enfriado rápidamente. Desde nuestra posición privilegiada vemos unos establos que pertenecen al parque y algún carromato de época tirado por caballos que descansan a la sombra.


Y de nuevo en la carretera conduzco por la 41 hasta llegar de nuevo al Tunnel View y nos volvemos a detener, una vez más, en tan magnífico lugar. Queremos ver de nuevo Yosemite Valley desde esta atalaya que, cuando el sol brilla en todo lo alto, siempre ofrece una imagen de postal. La siguiente parada nos lleva al desvío que permite acceder a Sentinel Beach, aparcamos y damos un paseo por el margen fluvial que se extiende en forma de playa. Después detenemos nuestra marcha fugazmente para asomarnos a la coqueta capilla de madera que se levanta en medio del valle.




Había prometido a María parar en el Village Store para comprar un imán de Yosemite a modo de recuerdo después de la caminata del día anterior en la que pudimos acabar calados de agua pero que finalmente no paso a mayores. Después de cumplir con mi palabra buscamos aparcamiento en la zona en la que se inicia el trail que conduce a las Lower Yosemite Falls. Existen pasarelas de madera que en épocas primaverales permitirán pasear sobre el terreno encharcado por las aguas procedentes de cataratas y torrentes. Pero hoy no hay ni rastro de ellas, todo está seco. Nos entretenemos viendo a algunos escaladores que aprovechan para practicar su deporte favorito ante la nula caída de agua en los paredones de piedra más próximos a las Lower Yosemite Falls.




Grupos de ciervos se cruzan en el camino de los visitantes ajenos a su presencia y disfrutamos las vistas que en un día como hoy se tienen desde el fondo del Yosemite Valley con la perpetua imagen del Half Dome supervisándolo todo. Queremos hacer una parada al pie de El Capitán y conseguimos aparcar muy cerca. Al aproximarnos a ver semejante mole granítica desde más cerca por casualidad nos topamos con un grupo de gente que otea las altísimas paredes de piedra. Dos grupos de escaladores, que se ven tan diminutos como pulgas, trazan su ascenso en las verticales paredes. Seguramente les lleve varios días llegar arriba.




Dejamos atrás el Yosemite National Park que tan grata impresión nos ha causado, un parque que merece la pena visitar y tomarse un tiempo para conocerlo recorriendo sus caminos y sus trails. Salimos por la Big Flat Oak Road hasta el cruce con la 120 que según nos indicó una ranger es el camino más rápido para llegar a San Francisco desde Yosemite Valley. Hacemos una parada en la entrada oeste del parque para inmortalizarnos al lado del cartel con el nombre del parque.


No vamos muy sobrados de gasolina y también andamos justos de efectivo así que nos fijamos en el mapa y establecemos Groveland como punto obligado de parada para tratar de solventar los dos problemas mencionados. Una carretera flanqueada por bosques nos lleva hasta la localidad donde todos nuestros intentos por sacar efectivo de un cajero son infructuosos; no comprendemos porque la tarjeta no permite la operación cuando ya la utilizamos en Los Angeles.

Como no conseguimos dólares en metálico paramos en una gasolinera a la salida de Groveland y después de un largo rato de espera a consecuencia de la inoperancia del empleado, la parsimonia de una familia de indios a la hora de repostar y avatares varios, conseguimos repostar y continuar camino. La 120 antes de conectar con la 49 tiene un tramo llamado New Priest Grade Road que resulta espectacular. Se desciende en una sucesión de curvas de herradura hacia el fondo de un valle, las vistas son apoteósicas y la luz del atardecer añade al cuadro una increíble gama de colores. El descenso muere en una de las innumerables colas del enorme embalse artificial de Don Pedro.



A medida que la luz se va extinguiendo lo hace también la vegetación y entramos en una zona llana con predominancia de cultivos hasta que llegamos a Oakdale, ya con noche cerrada. La 120 abandona su solape con la 108, por el que hemos circulado un rato, y gira 90º hacia el norte. Bordeamos la extensa población de Manteca y vamos entroncando autovías que van aumentando en tamaño y en tráfico soportado. Hay que volver a cambiar el chip, pasamos de la naturaleza salvaje y arrolladora de Yosemite a la jungla de asfalto de la costa oeste.

El GPS nos guía hasta la dirección que nos marca el hotel Budget Inn donde haremos noche. Nos cuesta encontrar el hotel, incluso preguntamos en algún restaurante por él, pero no atinan a indicarnos. Nos dejan usar la wifi; gracias a una captura de pantalla del Google Maps y tirando de orientación, finalmente lo encontramos. Oakland tiene fama de ser una zona peligrosa y en la recepción un detalle nos refuerza la idea; una mampara de cristal protege a los empleados (nuevamente de origen indio) y los aisla de la zona a la que acceden los clientes.

Tratamos de dar una vuelta con el coche por las zonas aledañas para buscar algún local de comida rápida donde comprar algo de cena. Pero pronto desistimos, es domingo y no se ve un alma en las calles a estas horas (son las 22.00 pm). Volvemos a la habitación y damos fin de los últimos restos que quedan en nuestra despensa; poca cosa, la verdad. Los próximos días caminaremos por asfalto, la ciudad de San Francisco nos espera.

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