lunes, 24 de noviembre de 2014

Los Angeles. Hollywood, Downtown e inicio del Road Trip - (domingo, 07 de septiembre de 2014)




Nos volvemos a levantar temprano, sobre las 06.30 am. Bajamos a recepción a por el desayuno y entablo animada conversación con el dueño del hotel, que me expone las dificultades y gastos que entraña un negocio de este tipo. Nos da un par de monedas de 25 centavos para la máquina de hielo con el que surtimos la nevera portátil y la metemos en el coche. Después de cargar el maletero ponemos rumbo al Paseo de la Fama (Walk of Fame). A María le hacía ilusión dar una vuelta por la zona, aunque yo me la habría ahorrado de buena gana.


Llegamos temprano y a las 08.30 am el aparcamiento del Dolby Theatre aún no ha abierto. Improvisamos y nos dirigimos un par de calles al norte del teatro. Leo las señales y, tras corroborarlo con un vecino, aparco el vehículo en la vía pública; se puede estacionar dos horas de manera gratuita. Al parecer un controlador (no llego a ver a ninguno de ellos) toma nota del tiempo que lleva el coche aparcado y si superas el límite, te multa.

En la zona contrastan las casas residenciales con algunos homeless durmiendo en la acera. Caminando 5 minutos accedemos al Paseo de la Fama por el patio abierto del centro comercial del Dolby Theatre. En el lado contrario de la calle se divisa el El Capitan Theatre, allí donde se estrenan todas las películas de Disney.


El edificio contiguo al centro comercial alberga el Teatro Chino (Grauman’s Chinese Theatre), con una fachada peculiar. Ante ella un grupo de orientales despliegan pancartas reivindicando algo que no alcanzamos a descifrar. Nosotros seguimos a lo nuestro y curioseamos mirando el suelo donde impresiones de manos y zapatos de famosos quedaron grabadas hace tiempo. Dedicamos un rato a pasear por ambas aceras de la calle en sus manzanas más próximas mirando el suelo oteando estrellas de color rosa y letras doradas.








Después volvemos al centro comercial y subimos a la segunda planta de la zona que da al aire libre para contemplar en la lejanía el cartel de Hollywood que ya habíamos visto el día anterior. Recorremos el interior del Dolby Theatre, que resulta un edificio insulso, sin glamour; ni siquiera llaman la atención las escaleras sobre la que extienden la alfombra roja cada año para la entrega de las doradas estatuillas. Si no sabes lo que buscas, pasarías por allí sin caer en la cuenta de dónde estás.




Compramos un par de refrescos en una pequeña tienda y volvemos al coche; no son ni las 10 de la mañana pero el calor empieza a apretar. Nos dirigimos al downtown de la ciudad y lo primero que hacemos es poner rumbo al Staples Center. Veo imposible aparcar así que doy un par de vueltas a la manzana mientras María se apea del coche y saca unas fotos del exterior del pabellón deportivo (incluyendo estatuas de jugadores ilustres) para su hermano, gran aficionado al baloncesto.



Después nos dirigimos a ver la casa de la serie “Embrujadas”, la encontramos sin problemas. No sucede lo mismo (o no somos capaces de encontrarla) con la casa ubicada en la misma calle y que aparecía en el videoclip “Thriller” de M. Jackson. Nuestra intención es aparcar el coche cerca del Walt Disney Hall y desde aquí dar un paseo para conocer los principales puntos de interés. Pero el GPS (seguramente ayudado por erróneas indicaciones introducidas) no atina, así que cambiamos de plan sobre la marcha y nos vamos a comer algo, que el hambre empieza a apretar.



El sitio elegido se llama Phillipe´s (aparece en uno de los programas de Crónicas Carnívoras-Man v. Food) y se encuentra bastante cerca de Union Station y del barrio chino. Dejamos el coche en un aparcamiento para clientes y accedemos al local. La especialidad de la casa son los bocadillos French Dips; con varios tipos de carne y con los panecillos empapados en la salsa y jugos del originados en el asado (de ahí el nombre). Y para acompañar unas cervezas de la zona, que las tienen muy buenas. Sitio completamente recomendable.



Cambiamos de estrategia y buscamos la dirección del Walt Disney Concert Hall; al llegar allí localizo un parking muy cercano, al aire libre y con flat rate de $6; el coche descansará aquí un rato mientras nos damos un paseo. Lo primero que vemos es la destelleante fachada metálica del mencionado edificio que luce aún más bajo un sol radiante. Después caminamos hasta la moderna Cathedral of our Lady of The Angels, visitamos su frío interior. La cuestión es que no tardamos en salir de ella por un par de motivos: su estética alejada de las convencionales catedrales que hay por Europa y que no acaba de llenarnos el ojo y la desmesurada potencia del aire acondicionado, que debe estar puesto a todo lo que da.


Volvemos un momento al coche (ahora que aún está cercano) para que María se cambie de zapatillas; tendremos que caminar un rato, cosa que nos apetece. Las calles del centro de la ciudad aparecen desiertas ante nuestros ojos, como si las hubieran despejado a propósito para hacer las veces de exteriores de alguna película post-apocalíptica. Es la imagen que da la zona un domingo a mediodía. Dejamos atrás la fachada elegante y monstruosa del ayuntamiento y atravesamos una zona de pasos superiores sobre autopistas que está invadida de homeless.


Llegamos a Olvera Street, allí donde se originó la ciudad; una calle peatonal repleta de puestos callejeros donde latinos y algunos turistas deambulan o comen en sus animadas terrazas. Visitamos el interior de Avila Adobe, que se jacta de ser la casa más antigua de la ciudad. Nuestro paso fugaz nos permite ver su interior y el mobiliario colonial que parcamente ocupa sus estancias. Toca tomar un helado de nieve para hidratarnos; básicamente se trata de hielo picado al que añaden jarabes de sabores con colores estrambóticos (cereza, bubble gum…).

El siguiente punto de interés es Union Station; el centro neurálgico de ferrocarril de Los Angeles. Su exterior está flanqueado por hileras de altas palmeras y el interior rezuma actividad bajo sus techos de madera. Nos sentamos a descansar un rato en uno de sus soportales. Compartimos banco con un señor de mediana edad que nos saluda al tomar asiento. Escucha música country en el dial de alguna emisora local; los acordes de su transistor a pilas nos acompañan durante este rato de asueto. No sabría decir muy bien por su apariencia de si se trata de un homeless (solo porta una pequeña mochila) o es alguien que hace lo mismo que nosotros; cobijarse un rato del sol californiano.


De vuelta a la zona del downtown presenciamos escenas que bien pudieran aparecer en cualquier película ambienta en una serie de terror, con calles desiertas y homeless que deambulan por esos escenarios, incluso copando los alrededores de un moderno edificio de la central de policía. Buscamos el funicular Angels Flight que aún funciona (o eso pensamos nosotros) pero antes hacemos una pequeña incursión en el Grand Central Market que a estas horas se presenta atestado de gente, mayormente latinos, que comen o se toman un refrigerio entre la multitud de lugares de comida rápida que pueblan el lugar. Ahora sí nos topamos con el mencionado funicular; permanece inmóvil y su acceso delimitado por cintas y vallas de obra. No veremos funcionamiento en su corto recorrido.



La salida en coche de la ciudad se hace tediosa y algo estresante por el denso tráfico que circula por la red de autovías que la envuelven. Hasta bien pasados los 20 km no desaparece ese flujo continuo de vehículos. Sufrimos el primer susto del viaje. Se produce un frenazo en cadena; piso el freno e instintivamente levanto la vista hacia el retrovisor interior. Un coche bloquea los frenos y empieza a brotar el humo de sus neumáticos. Me abro hacia el carril izquierdo mientras el otro vehículo hace lo propio hacia su derecha. Por un instante se me ha pasado por la cabeza que nos embestía y todas las consecuencias subsiguientes; atestado, posible grúa, solicitar otro vehículo a la empresa de alquiler y lo más importante, la irrecuperable pérdida de tiempo. Todo queda en anécdota.


A medida que el paisaje cambia, la acumulación de tráfico desaparece y comienza a cambiar el escenario hacia algo más desértico, menos poblado. A la altura de Victorville decidimos abandonar la autovía y continuar camino por un tramo de carretera secundaria, que además forma parte de la histórica Ruta 66. Pronto empezamos a pensar que tal vez no haya sido una buena idea. Las lluvias torrenciales de los días previos han producido riadas que han arrastrado tierra y piedras a determinadas partes de la calzada que hay que ir sorteando además de vadear con el coche enormes charcos y arroyos que cubren el asfalto.



De este modo y sin mucha prisa llegamos al Elmer Bottle Ranch Tree; un curioso lugar donde su dueño se ha afanado en crear un bosque artificial de árboles de metal y botellas de vidrio además de otros muchos artefactos entre los que merece la pena perderse un rato. Docenas de pequeños colibríes amenizan nuestra incursión en el rancho, volando y deteniéndose en el aire a escasos centímetros de nuestras caras. Entablo conversación con un chico americano que ha dejado su cámara filmando en una zona del rancho; me comenta que es fotógrafo y que le gusta recorrer partes del país ancladas en el tiempo con su equipo de fotografía a la par que se mezcla con los lugareños. Comprueba en su móvil el estado de la carretera hacia Barstow; me tranquiliza, puede haber más charcos y piedras en la calzada pero no está cortada.




Y así, esquivando de vez en cuando obstáculos en la carretera y pisando señales pintadas sobre el asfalto que nos recuerdan constantemente que cruzamos la Ruta 66, llegamos a Barstow. Al ser nuestra primera incursión en un pueblo de esta zona nos sorprende que se limitan (al menos es lo que podemos apreciar) a ser un montón de construcciones (principalmente moteles, gasolineras y restaurantes) alineados a lo largo de la carretera que los cruza.

El Budget Inn de Barstow también es regentado por personal originario de la India. La Wifi no llega a la primera habitación que nos dan y permiten cambiarnos a otra, aunque la señal sigue siendo débil. Lo primero que hacemos es localizar un Walmart y comprar algunas cosas. Tenemos que pasar por una caja determinada para pagar las cervezas que llevamos y previamente mostrar los pasaportes de ambos, anotando la empleada la fecha de nacimiento del más joven de los dos. Debutamos en estas lides y no deja de resultarnos llamativo.

Después de pasar por el hotel a descargar y ducharnos nos encaminamos a una sucursal de la franquicia Popeyes que hemos visto en el camino al Walmart. Converso en inglés con la dependienta (de rasgos típicamente americanos) que me explica que el año siguiente visitará a familia que tiene en Barcelona e intentará aprender algo de español. Pedimos unos combos monstruosos por pocos dólares y comemos en el propio local. Es domingo por la tarde y es una buena forma de presenciar las costumbres locales dónde mucha gente hace lo mismo que nosotros. Aún es temprano pero nos retiramos a descansar, hemos de acostumbrarnos a irnos a la cama pronto porque el despertador sonará siempre temprano. Sin tregua.



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