Apuramos los días de viaje pero madrugar siempre forma parte de la ecuación. Cargamos el coche después de haber desayunado en la habitación y de habernos cerciorado de que no olvidamos nada. Al acercarnos a recepción a realizar el checkout, vemos como la dueña china discute con un par de señoras orientales (podrían ser japonesas) por un tema relacionado con su reserva y el pago de la misma.
Esperamos pacientemente a que la discusión
termine y vemos a la dueña del hotel en todo momento muy templada mientras las
otras dos señoras parecen alterarse por momentos. Cuando resuelven el problema
entregamos las llaves de la habitación y la señora china nos obsequia con unas
chocolatinas de Ghirardelli. Desconocemos el problema que han podido tener las
otras mujeres pero en nuestro caso la estancia ha sido completamente
satisfactoria y recomendaríamos sin dudarlo el hotel.
Las calles de San Francisco aún no han
despertado del todo y conducir resulta fluido. En poco rato llegamos a Fort
Point donde paramos un momento para ver la sección que se muestra de uno de los
cables de acero que soportan la estructura colgante del Golden Gate. A
continuación volvemos al aparcamiento de tierra que nos permite tener una vista
privilegiada del puente, sin público y aprovechamos para inmortalizar el
momento.
Cruzamos conduciendo hasta Vista Point
donde estamos prácticamente solos y nos aventuramos a caminar por el puente
hasta el primero de sus pilares. Podemos ver los famosos teléfonos de socorro
como última esperanza de salvación a aquellos que van a intentar el suicidio.
Las frías aguas de la bahía se arremolinan más de 200 metros por debajo de
nuestra posición y la isla de Alcatraz hace de mudo testigo frente a la ciudad.
De nuevo el día ha amanecido soleado y disfrutar desde el Golden Gate sin
aglomeraciones es otro punto a favor de San Francisco. ¡Qué ciudad más
magnífica!
Nuestro siguiente objetivo es conducir
hasta la entrada de Muir Woods National Monument. El parking más cercano al
Visitor Center, de tamaño bastante reducido, ya está lleno y tenemos que dejar
el coche un poco más lejos. Nos hacemos una foto con el cartel que da la
bienvenida al parque cuyo acceso es gratuito con el Anual Pass. Entramos en el
edificio para echar una ojeada y situarnos sobre el mapa antes de iniciar la
ruta que vamos a hacer.
De repente me doy cuenta de que he perdido
las llaves del coche, las busco por todos sitios pero no las encuentro. Yo estoy tranquilo porque recuerdo perfectamente haber cerrado el
coche por lo que las tengo que haber perdido en el corto camino del parking al
Visitor Center. Nos separamos para buscarlas pero no aparecen, ni siquiera en
el lugar del cartel del parque donde paramos unos minutos para la fotografía.
Me acerco al Visitor Center y pregunto por las llaves, allí están, alguien las
ha recogido del suelo y las ha dejado en el punto de información. Menudo
despiste tengo, si esto me pasa caminando en medio del bosque no las recupero
ni de broma. Las pongo a buen recaudo y me aseguro de cerrar bien todas las
cremalleras de la mochila; ya no se caerán más (o eso espero).
Después del pequeño contratiempo retornamos
donde habíamos dejado el coche porque la ruta que queremos hacer parte de allí.
El Dipsea Trail se inicia en una zona de bosque cerrado próxima al Redwood
Creek y va ganando altura paulatinamente a medida que la vegetación va
desapareciendo. En su parte más alta, que discurre sobre un collado, en un día
despejado como el de hoy se puede divisar el océano Pacífico a la izquierda.
El camino sigue en ascenso más suave y, a
pesar de que hay indicaciones ocasionales, abordamos a una señora que hace
deporte para preguntarle si no nos hemos extraviado. Nos contesta que vamos
bien y más tranquilos continuamos caminando. Volvemos a adentrarnos en un
frondoso bosque que hace más reconfortante el avance. Llegamos a un cruce de
caminos perfectamente señalizado en el que coincidimos con dos chicos suecos,
parece que estamos haciendo el mismo recorrido pero en sentidos opuestos.
Tomamos el Ben Johnson Trail que desciende por una ladera completamente poblada
de redwoods, una subespecie de secuoya que se caracteriza por su corteza de
color rojo.
El caminar se ve interrumpido con
frecuencia por detenciones para observar el entorno y los imponentes ejemplares
de redwood que se elevan hacia el cielo californiano. Durante un largo rato nos
movemos sólo acompañados por el sonido de nuestros pasos, no nos topamos con
más presencia humana hasta llegar a las inmediaciones del cruce con el Main
Trail. Se trata del camino que parte del Visitor Center y que avanza por la
parte baja del valle, entre las dos vertientes de las montañas.
Cruzamos algunos puentes en un entorno
idílico hasta que llegamos a una zona en la que el camino se convierte en un
entablado de madera donde la afluencia de público comienza a ser patente. Un
poco más allá llegamos al lugar llamado Cathedral Grove, donde la cantidad de
gente ya es manifiesta y es imposible avanzar más de dos metros sin cruzarse
con alguien. El escenario es precioso pero como suele ser habitual la
muchedumbre le resta encanto. Casi al llegar al Visitor Center pasamos
por otro punto también inmortalizado en la película "Vértigo", un tronco cuya
sección muestra el paso del tiempo en sus anillos concéntricos y que aparece en
una de las escenas del film.
Llegamos al coche, nos preparamos un almuerzo consistente después de una caminata que nos ha llevado dos horas y ponemos rumbo a nuestra próxima parada, Sausalito. Nuestras anotaciones nos dirigen a una zona conocida como Waldo Point Harbour (Main Dock y Liberty Dock) donde podemos aparcar y recorrer a pie uno de los muelles que hacen las veces de calle. Desde esta construcción de madera se accede a las viviendas flotantes que conforman uno de los residenciales que existen en la zona; las hay llamativas, las hay curiosas, pero todas tienen el denominador común de ser casas flotantes levantadas sobre el agua.
Llegamos al coche, nos preparamos un almuerzo consistente después de una caminata que nos ha llevado dos horas y ponemos rumbo a nuestra próxima parada, Sausalito. Nuestras anotaciones nos dirigen a una zona conocida como Waldo Point Harbour (Main Dock y Liberty Dock) donde podemos aparcar y recorrer a pie uno de los muelles que hacen las veces de calle. Desde esta construcción de madera se accede a las viviendas flotantes que conforman uno de los residenciales que existen en la zona; las hay llamativas, las hay curiosas, pero todas tienen el denominador común de ser casas flotantes levantadas sobre el agua.
Con el coche nos dirigimos hacia Sausalito
y recorremos su calle principal que se ve jalonada por embarcaciones atracadas
en la orilla del océano. El GPS nos devuelve a la autopista por un camino que
nos eleva a través de empinadas calles en las que predominan las mansiones
acristaladas con vistas a la bahía. Lo mismo que hemos divisado a pie de agua
al atravesar la población ahora lo vemos desde las alturas y las panorámicas
ganan en espectacularidad.
Nuestra última parada la efectuamos en
Horseshoe Bay. Se trata de un lugar accesible por la carretera Moore Road que
muere en una especie de plataforma en la que un par de tipos pasan la soleada
mañana pescando mientras las gaviotas revolotean a su alrededor. Esta
plataforma recibe el nombre de Vista Point, como el mirador de más arriba, y
permite ver la ciudad justo desde el lado contrario de la bahía, a la vez que
dota al Golden Gate de otra dimensión al poder contemplarlo desde abajo con el
skyline de San Francisco como fondo de lienzo.
Con esta última imagen de la ciudad y de su
emblema ponemos rumbo a nuestro próximo destino; volvemos a la tónica habitual
del viaje y el Road Trip recobra su perdido protagonismo. Abandonamos San
Francisco por la histórica carretera 1 del Pacífico para luego sumergirnos en
un entramado de autopistas que nos llevará a bordear la población de San José
por terrenos interiores, hasta conectar con la 101 que nos irá volviendo a
acercar a la línea de costa, antes de llegar a Salinas y posteriormente a
Monterey.
Pero primeramente nos desviamos en la 156
porque María quiere ver la Misión de la localidad de San Juan Bautista, también
conocida por ser el lugar en el que se filma una de las escenas de Vértigo. El
campanario desde el que es arrojada la protagonista ya no existe como tal, pero
sí el resto de la Misión y algunos edificios que mantienen el aspecto colonial
del entorno. Alrededor se divisan grandes campos de cultivos y granjas donde
destaca el color naranja de las calabazas, que pronto serán empleadas para
decoración en la fiesta de Halloween.
Antes de reincorporarnos a la 101 paramos a
reposar en una gasolinera y se produce una anécdota más del viaje. Mientras
María entra a pagar, voy a los aseos y me topo con un coche patrulla, blanco y
negro, luciendo la estrella de sheriff en las puertas. Empiezo a hacerle fotos
cuando el conductor sale de los baños y le explico que me gusta su coche, a lo
que me responde que si quiero una foto con él. María aparece por la esquina,
me ve apoyado en el coche y pregunta sorprendida “¿Qué haces en el coche? No
te apoyes en él” pero cuando ve al sheriff, cámara en mano, no duda en posar
junto a mí y al flamante coche patrulla.
Comentando la jugada retomamos el camino y
después de un trayecto en el que perdemos de vista el océano durante bastantes
millas, el color azul vuelve a materializarse ante nosotros y toma cuerpo en la
amplísima bahía de Monterey. Antes de dirigirnos a su encuentro volvemos a
alejarnos de la costa para visitar el Mazda Raceway Laguna Seca, cuyos terrenos
se ubican en los dominios de la ciudad de Salinas.
A través de la Salinas Highway y con un
tráfico denso por momentos llegamos a la entrada del circuito. Pensábamos que
en la garita de acceso habría alguien controlando la entrada de los visitantes
y cobrando una tarifa determinada. Pero no, aquí no hay nadie, así que
avanzamos sin preguntar nada más.
Lo asombroso del asunto es que llegamos a
una zona alta desde la que se ve el paddock y los boxes, y ante la inexistencia
de barreras que impidan el paso decidimos continuar. Nos topamos con la
alambrada que rodea la pista que es el único freno que impide nuestro avance.
Curioseamos por el lugar y aparco en una zona próxima; un tipo con el que nos
cruzamos en coche (parece otro visitante) nos dice que lo que buscamos se ubica
bastante cerca de donde nos encontramos.
Avanzo caminando pendiente arriba hasta
llegar a lo alto de la loma y desde allí hago señas a María para que suba.
Hemos llegado a la famosa curva del “sacacorchos”, tal vez la curva más
conocida de todos los circuitos que componen el mundial de motociclismo. Hemos
conseguido encontrarla y sacamos algunas fotografías que lo atestigüen. Al
iniciar la bajada siguiendo el trazado de la pista nos encontramos con otra
pareja que asciende caminando; por lo que se ve aquí nadie controla a los
visitantes.
Abandonamos las instalaciones del circuito
y, cuando nos incorporamos a la carretera que nos devolverá a Monterey, vemos
como una grúa retira un coche destrozado; al parecer acaba de haber una
colisión en el mismo cruce. Llegamos al hotel Bayside Inn, donde un
recepcionista de la India nos recibe y nos entrega la llave de la habitación.
Nos damos una ducha rápida y cogemos el coche para dirigirnos a Ocean View
Boulevard con la intención de aprovechar los últimos rayos solares del día y
ver la puesta de sol.
Monterey es una localidad que se ubica a
orillas de la bahía del mismo nombre y en la que su acuario cuenta con
prestigio mundial. Existe una zona comercial que anteriormente era la parte
pesquera del pueblo y en la que destaca la existencia del Cannery Row, lo que
antaño fue una fábrica conservera de sardinas. Ocean View Boulevard se extiende
hacia el oeste recorriendo todo el litoral y dando lugar a bellísimas estampas
y fotografías donde el mar es protagonista absoluto rompiendo contra los
salientes de roca.
Una pista preparada al efecto recorre la
línea de costa y la gente pasea o monta en bicicleta mientras avanzamos hacia
el ocaso. Alcanzamos el punto más occidental a través de Sunset Drive y en una
zona conocida como Point Pinos Lightohouse Reservation llegamos in extremis a
presenciar la tenue luz del crepúsculo. La brisa del mar y la ulterior luz del
sol, ya escondida tras el horizonte, ofrecen un espectáculo que disfrutamos.
Antes de volver hacia el centro de Monterey
hacemos una parada en el Point Pinos Lighthouse, un coqueto y pequeño faro que
aún sigue funcionando y además ofrece visitas turísticas. Llegamos tarde y está
cerrado, pero podemos ver su lámpara refulgiendo a la vez que gira señalando la
posición de la tierra firme. En el núcleo de la población buscamos un local, The
Mucky Duck; en el que nos tomamos una cerveza y unos calamares mientras los
locales juegan a los dardos, al billar o simplemente prestan atención al
partido de fútbol americano que está siendo televisado. Al traernos la cuenta
la camarera tiene un despiste (o un mal detalle) y no nos aplica la oferta del
día que cuelga de las paredes promocionando los días en los que hay partido por
la tele; al decírselo la rapidez con la que trae la cuenta corregida me inclina
hacia la segunda opción.
Nos movemos a otro lugar donde probamos por
primera vez el Clam Chowder que acompañamos de otros platos que además maridan
a la perfección con la cerveza que fabrican en el lugar. Estamos en el Peter
B's Brewpub, a estas horas está muy animado y hay público de todas las edades,
pero sobre todo gente joven. Después de acabar nuestro postre salimos a la
calle donde todavía hay clientes que cenan alrededor de mesas con minichimeneas
que sirven para calentarse y soportar el húmedo frío que se nota desde que la
noche hizo acto de presencia. Regresamos al hotel y dormimos plácidamente, el
Big Sur nos espera al día siguiente.
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