lunes, 24 de noviembre de 2014

Genuino Far West, Antelope Canyon y Monument Valley - (miércoles, 10 de septiembre de 2014)



Por primera vez en varios días nuestros cuerpos se adaptan al nuevo horario y descansamos bien por la noche, lo necesitábamos. Dejamos todo preparado en la habitación antes de bajar a desayunar. El desayuno es tipo buffet y nos permite hacer acopio de unos bocatas de cara a la comprimida jornada que habremos de afrontar. Pero lo mejor de todo son las vistas del lago que se aprecian desde el salón del comedor y en especial desde su terraza. Ahora comprendemos el nombre del hotel, ya que al llegar de noche únicamente podíamos suponerlo o intuirlo. Y otra buena noticia, el cielo aparece azul, despejado, completamente limpio de nubes.

Con la nevera bien pertrechada de hielo y colocada en los asientos posteriores, iniciamos el plan de visitas poniendo rumbo hacia la Glen Canyon Dam. Llegamos a ella cruzando un impresionante puente metálico y pasamos de largo por su fachada principal a medida que la carretera se encajona entre grandes cortados de piedra. A escasas millas un desvío se desliza pendiente arriba hasta el mirador de Wahweap Overlook que nos depara vistas magníficas del lago, de la propia presa y de la localidad de Page donde hemos pernoctado. Al parecer aquí se rodaron algunas escenas de “Los 10 mandamientos” y “El Planeta de los Simios”.



Es temprano y apenas una pareja de turistas se toma fotografías con la masa azul de agua como idílico fondo. Nos toca deshacer el camino y en 5 minutos estamos aparcando frente al acceso del centro visitantes de la Glen Canyon Dam. Lo primero que hacemos es asomarnos al pretil exterior para asombrarnos con la altura del macizo de hormigón que soporta la masa de agua y por otro lado la esbelta construcción metálica del puente en forma de arco. Luego bordeamos el mencionado edificio para observar las dos moles desde otra perspectiva. Más tarde accedemos al interior del centro de visitantes dónde se puede observar una maqueta de la zona irrigada por el lago, que dicho sea de paso es inmenso, descomunal… También hay exposiciones de fotografías de la época en la que se construyó la presa así como gráficos explicativos del funcionamiento de la misma.




Existe la posibilidad de asistir en el salón de actos a una proyección que se repite periódicamente con pormenores de la presa. La obviamos y, después de echar un ojo a los libros en venta y los posters expuestos de distintos parques de la zona, salimos al exterior. Cruzamos con el coche el puente sobre el río Colorado pero nos detenemos justo en el otro estribo. Pie a tierra y recorremos el puente hasta su punto medio dónde se puede apreciar la altura que alcanza sobre el agua: por un lado vistas a la presa y por el otro al río, aguas abajo, encajonado entre paredes verticales de roca. De vértigo.

Parada rápida en Page para repostar combustible y comprar víveres de cara a los próximos días donde es previsible que tengamos poco tiempo y haya escasos supermercados dónde poder hacerlo. Salimos del núcleo de Page hacia el sur por la 89, que a pesar de estar cortada por obras nos permite llegar en escasos minutos al aparcamiento habilitado en la zona de Horseshoe Bend. El sol empieza a apretar y nos proveemos de agua, gorra y crema solar. Una incómoda rampa de tierra nos encarama a lo alto de una loma; desde aquí se intuye el meandro del Colorado. Y digo se intuye sólo si se sabe lo que allí hay, porque hasta que no se culmina el descenso, hasta llegar al borde del mismísimo precipicio, uno no es consciente de lo que le espera.


Las aguas de color verde rodean un inverosímil peñón de piedra buscando el avance natural del río. Trescientos metros más abajo los barcos, que parecen de juguete, dejan estelas de espuma blanca a su paso. Es un lugar que corta la respiración aunque a algunos parece impresionarles poco, habida cuenta de lo que se acercan al abismo buscando la imagen perfecta para ser colgada en las redes sociales. Bordeamos con precaución el acantilado para tener diferentes perspectivas y empleamos un buen rato en el sitio oteando todos sus recovecos, luces y sombras.





Deshacer el camino resulta aún más penoso por el simple motivo de que el calor es ahora más palpable. Por eso y porque la tierra rojiza y suelta hace que nuestras zapatillas se hundan añadiendo dificultar al caminar. Ya dentro del coche buscamos con ahínco las tres chimeneas que vimos iluminadas la noche anterior porque son el faro inconfundible que nos guiará hasta la entrada del Navajo Tribal Park. Es el punto en el que Navajo Tours nos ha citado con 50 minutos de antelación para realizar la visita guiada en el Antelope Canyon (upper).



Un polvoriento camino nos desvía de la carretera y en pocos metros tenemos nuestro primer encuentro con los indios Navajos; hay que pagar $8 por persona para acceder al recinto del parque. Aparcamos en una explanada de tierra y nos encaminamos a un sombrajo donde damos los datos de la reserva y proceden a cobrarnos. Puedes elegir si pagar en metálico o con tarjeta; los orondos Navajos hacen gala de la última tecnología y me cobran la visita ($40 por persona) con una aplicación del Iphone que desata nuestros comentarios de sorpresa.

Como tenemos que esperar a que nos llamen para conformar los grupos hacemos un paso por los baños y curioseamos en los carteles de entrada al parque. En ese momento una india Navaja me llama la atención, piensa que me estoy colando y me pide el ticket de acceso al parque. Se lo muestro entre sorprendido y molesto; “lo mismo se piensa que he venido andando por el medio del desierto, no te digo”, pienso para mí.

Aún falta un rato pero nos dirigimos al sombrajo que hace las veces de "punto de cobro" para guarecernos del sol. Allí coincidimos con la pareja de españoles quenos encontramos en Los Angeles, en la zona del cartel de Hollywood. Intercambiamos opiniones de estos primeros días y nos informan de que esa misma mañana han estado en Monument Valley. El terreno tenía muchísimo barro y agua en algunas zonas debido a las tormentas de los últimos días; nos cuentan que han visto todoterrenos vadear charcos y el agua prácticamente les cubría las ruedas. El tema me deja pensativo, habrá que analizar el estado del camino por la tarde a ver si podemos acceder con nuestro coche. Hoy hace mucho calor, tal vez el terreno se oree lo suficiente a lo largo de la jornada.

Salgo de mis pensamientos cuando los Navajos empiezan a llamar a la gente a voz en grito para formar los grupos. Coincidimos en el mismo vehículo con nuestros compañeros viajeros que lo primero que hacen es fijar su GoPro al techo de la pickup. El traslado hasta la entrada del cañón dura unos 10 minutos escasos y se realiza en enormes camionetas abiertas en su parte posterior (pero techadas) que se desplazan bastante rápido por una pista de tierra bacheada; así que toca agarrarse y soportar estoicamente los botes y bandazos en el asiento. No apto para espaldas o traseros delicados.




Al llegar a la entrada del cañón los Navajos lo tienen todo organizado para maximizar el tiempo y el espacio. Líneas invisibles delimitan los aparcamientos de las pickup, pero cada una sabe dónde ha de estacionar. Nuestr@ guía (digo esto porque durante un rato elucubramos sobre su sexo) nos dice que se llama Jacelyn y nos instruye brevemente. Tenemos que permanecer siempre juntos en el grupo y ella (parece que es una chica, finalmente) nos indicará dónde y cómo se han de tomar las mejores fotos.

El acceso al cañón no es más que una hendidura en la roca, difícil imaginar lo que hay dentro sin información previa. La visita se realiza a la orden de avanzar/parar del guía que maneja los parámetros de todas las cámaras y móviles con una velocidad de dedos endiablada. El lugar es asombroso, tanto por las curiosas formas que el paso del agua ha esculpido en la roca arenisca, como por los juegos de luces que podemos presenciar; son el resultado de los rayos solares en su punto más alto del día incidiendo en el interior del cañón. Para acentuar el efecto y hacerlo más patente, los guías arrojan al aire puñados de tierra que generan nubes de fino polvo que dan corporeidad a los haces de luz. Un espectáculo digno de ver.

Dentro del cañón se pueden ver algunos troncos, que según la guía son restos de las inundaciones históricas acontencidas en el cañón (una de las cuales acabó con la vida de 11 turistas hace unos años), aunque me da por plantearme si no habrán sido colocados exprofeso para la ocasión. De una forma o de otra no me gustaría estar dentro del agujero cuando se produce una avenida de agua proveniente de lluvias torrenciales en estas áridas tierras. Dentro del cañón hay tanta gente circulando en ambos sentidos, que las situaciones son grotescas; es casi imposible sacar una foto sin “compañeros” inesperados de escena, y en algunos puntos se montan tales aglomeraciones que habría que advertir a la gente que padece de claustrofobia que se abstenga de entrar ya que en algunos momentos puede resultar agobiante. Se llega al final de la grieta y nos muestran el punto por donde el agua accede para haber originado el cañón. No me extraña que se produzcan esas inundaciones, pues se trata de un enorme embudo natural; después de 5 minutos de descanso se deshace el camino, ahora sin paradas y a paso más ligero.





Comento con María que el lugar es mágico y merece completamente la pena verlo, pero es una lástima el negocio que tienen montado los Navajos y el trato que dan a los visitantes, azuzándoles en todo momento, lo que hace que uno no pueda detenerse con calma a observar esta maravilla de la naturaleza. Ni siquiera creo que el tour fotográfico merezca la pena; sí, pasas más tiempo en el interior pero fuimos testigos de cómo los que hacían ese tour se afanaban por plantar el trípode entre tanta gente y no tenían apenas opción de apretar el botón de disparo de las cámaras sin que alguien se interpusiera en la foto.


En la explanada de tierra en la que dejamos aparcado nuestro vehículo nos despedimos de la pareja de españoles. Toca un buen rato de carretera pero no nos importa. Los paisajes invitan a cambiar el repertorio musical que la radio del coche reproduce y a escuchar temas de Ennio Morricone o bandas sonoras de westerns famosos, y así lo hacemos. No hace falta imaginación para evadir la mente a esas películas del Far West que veía cuando era niño o adolescente; y digo que no hace falta porque ante nosotros aparece la fotografía fija empleada en esas películas, los mismos exteriores por lo que cabalgaban vaqueros y tribus de indios salvajes… Ensimismados en el paisaje vamos devorando millas de carreteras con interminables rectas a la par que damos fin de los sándwiches que nos preparamos en el desayuno.


Aminoramos la velocidad para atravesar la población de Kayenta y al fondo empiezan a emerger las formaciones llamadas “buttes” y que son tan características de esta zona. Con el mismo entusiasmo con el que dos niños pequeños abren sus regalos el día de Reyes, vamos parando en varios puntos del trayecto para ver los paisajes con detenimiento y así avanzamos hasta llegar al cruce de la carretera que desemboca en la entrada de Monument Valley. Después de sacar fotos a los carteles de los estados de Arizona y Utah (cuyos límites territoriales se encuentran aquí) seguimos rectos y obviamos la entrada al parque. El objetivo es avanzar por la carretera 163 hasta llegar a su milla 13.



Bordeamos los “buttes” y prácticamente esquivo un caballo que pasta en la cuneta con parte de su cuerpo sobre la calzada. No dejo de mirar por el retrovisor hasta que en él se dibuja una estampa conocida. Estamos en la milla 13, aparto el coche a la derecha de la carretera y nos apeamos. Al fondo la inconfundible silueta de Monument Valley que engulle la carretera por la que acabamos de transitar. ¿Quién no recuerda la escena de la película de Forrest Gump donde el protagonista con larga barba y gorra deja de correr a la par que es seguido por un grupo de gente?. Pues bien, aquí estamos, justo en ese punto. Avanzamos un poco más para hacer un cambio de sentido y encontrar un cartel que recuerda el lugar, “Forrest Gump Point”, como no podía ser de otra manera.




Aunque más tarde pasaremos de nuevo por aquí para ir a pernoctar a Mexican Hat, queríamos ver el lugar con luz y de ahí que hayamos venido antes de ver Monument Valley. Con satisfacción en el cuerpo volvemos por la misma carretera y ratificamos la posición del caballo; sigue pastando suelto cerca de la calzada. Puede constituir un potencial peligro para el tráfico, consensúo con María mientras lo rebasamos con el coche.

De nuevo toca “retratarse” en la caseta de entrada a Monument Valley y pagar los $10 estipulados por vehículo; a cambio acceso al parque y un escueto mapa que describe el “loop” a realizar con el coche, donde se especifica la posición y nombre de los riscos de arenisca roja. Lo primero que hacemos es asomarnos desde un mirador para contemplar la fotogénica estampa de los “buttes” que se levantan sobre terreno rojizo; no creo que haya nada que evoque más al género cinematográfico del western. Desde aquí, inquieto, constato que el terreno está seco, ha absorbido el agua de las lluvias y parece practicable. Algunos turismos circulan en la parte baja del recinto lo que me anima a tomar una decisión.


Había leído mucho sobre si el camino era accesible con un coche normal sin correr demasiados riesgos para los bajos o era imprescindible un todoterreno. Tengo que decir que con un vehículo normal se puede hacer perfectamente. La parte que puede considerarse algo más conflictiva es la rampa de bajada al fondo del valle, pero no entraña ningún riesgo negociando las curvas y roderas del terreno con cierta coherencia. Los caminos del valle son perfectamente transitables y, en el caso que nos ocupa y después de lluvias torrenciales, una motoniveladora se encarga de adecentarlos mientras dura nuestra visita.






Durante un par de horas circulamos entre los “buttes” haciendo paradas en cada punto marcado en el mapa para poder observar con detenimiento los escenarios y poder sacar fotografías. El sol va cayendo y los colores rojos y naranjas del valle ganan en belleza. Apuramos realizando el “loop” hasta que el sol se ha ocultado por completo y salvamos la subida a la zona del hotel sin mayor dificultad. Nos posicionamos en el mirador para ver como la luz del crespúsculo se va apagando y los vivos colores comienzan a atenuarse. Magníficos contrastes de rojos, naranjas, azules y violetas.



Aquí coincidimos con una pareja de Gerona que nos pone al corriente del corte de la interestatal I-15 debido a las fuertes lluvias; a ellos les costó un gran atasco, tener que dar un rodeo enorme para ir de Las Vegas a Bryce y lo que es peor, llegar al parque de noche y no poder disfrutar de él. Amablemente nos dan un mapa de carreteras del estado de Nevada por si nos hiciera falta emplear desvíos alternativos. Charlamos un rato con ellos sobre los avatares de nuestros viajes y con la noche sobre nosotros ponemos rumbo a Mexican Hat, donde pernoctamos hoy.

Conocemos la carretera porque hemos pasado unas horas antes por allí y vamos sobreaviso con el caballo que pastaba libremente cerca del asfalto. Nos topamos con un coche parado en el carril contrario y una persona que agita las manos pidiendo ayuda. Nos ponemos en lo peor, habrá sufrido algún percance con el animal. Por un momento pienso en buscar un sitio dónde dar la vuelta porque la carretera es muy estrecha para hacerlo a las bravas. Al final no lo hago porque veo como hay otros dos coches delante del nuestro que están cambiando de sentido en un apartadero y retornan a prestar auxilio al vehículo detenido 200 metros más atrás.

Mientras comentamos las enormes posibilidades que hay por aquí de atropellar accidentalmente animales que cruzan las carreteras, llegamos al pueblo de Mexican Hat, apenas unas cuantas casas dispuestas a lo largo de la carretera y en las proximidades del río San Juan que discurre por esta zona. Después de alojarnos en nuestra habitación que está en la segunda planta y que da a la parte trasera del edificio bajamos al patio a cenar.


Nos habían comentado en el check-in que se servían cenas hasta las 10, así que no nos demoramos. Una vez que estamos sentados y hemos pedido nos damos una vuelta por las inmediaciones del hotel, un sitio bastante interesante. Desde luego lo que más nos llama la atención es el cocinero, su atuendo de cowboy y la forma de preparar la carne, a la parrilla sobre un balancín que se mece sobre las llamas. De aquí el nombre del restaurante del hotel, “The Swinging Steak” (el filete que baila).


Pedimos una pieza de “rib eye” que es acompañada por una guarnición de ensalada, fríjoles, pan tostado….y maridamos todo con cerveza de Utah. La carne es deliciosa a la par que jugosa, de gran calidad. Disfrutamos de la cena muy cerca de la parrilla aún llameante, del ir y venir del cowboy en sus quehaceres y de una atmósfera de tranquilidad. Nos está gustando esto de viajar por el Oeste americano.



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