lunes, 24 de noviembre de 2014

Zion a vista de pájaro - (lunes, 15 de septiembre de 2014)



El desayuno es servido a partir de las 07.00 am y aunque la tarde anterior tratamos de que lo adelantasen, el resultado fue infructuoso. Algunos clientes esperan pacientemente unos minutos la apertura de la puerta. Ya hemos cargado el coche y en cuanto terminemos de desayunar pondremos rumbo a Zion. Hacemos acopio de energía, que falta nos harán hoy, y desayunamos cereales, gofres que nosotros mismos nos hacemos con una curiosa máquina, bollería, zumo y fruta.

Antes de las 8 estamos aparcando en el Visitor Center y cogiendo el shuttle que nos llevará a la parada The Grotto, desde dónde se inicia el trail que se erige en primer objetivo del día. María había decidido unas jornadas atrás que no haría la caminata conocida como Angels Landing, que tiene la peculiaridad de ser una “vía ferrata” en su último tramo. La información de internet y la proporcionada por el propio parque la ratifican en su decisión; en los últimos años algunas personas han muerto tratando de completar el recorrido.

Son las 8.30 am cuando nos despedimos y acordamos vernos entre las 12.00-12.30 en la parada del bus. María se encamina hacia las Emerald Pools, a donde llegará enganchando con el Kayenta Trail. Mi camino comienza cruzando el río Virgin a través de un puente de madera que hace una presentación del Angels Landing a través de un panel informativo. Imprimo un ritmo vivo en el primer tramo que discurre paralelo al río por una senda cementada y que poco a poco se separa del cauce a medida que gana en inclinación.



Supero a varias personas y sigo acelerando ya que prefiero caminar rápido antes de que el sol castigue con más fuerza. Llega la parte más dura en lo físico porque me topo con una sucesión de curvas de herradura de gran pendiente que hace que literalmente la gente se quede clavada. Las últimas curvas están excavadas en el paredón de roca y supusieron en su día un arduo trabajo para los operarios que se encargaron de abrir la brecha sobre la dura superficie.




Posteriormente se alcanza una zona más llevadera que atraviesa un desfiladero con árboles y vegetación hasta que se afronta una última parte de brutal dureza con rampas en zigzag. Se desemboca en una especie de explanada (Scout Lookout), previa al asalto final a la cima, en la que aprovecho para descansar, despojarme de ropa, comer algo e hidratarme. Me ha llevado poco más de 40 minutos llegar hasta aquí. Aunque no es muy tarde hay gente que ya retorna de la parte final de la ruta.






Dentro del ascenso final se pueden diferenciar varias partes. Una primera en la que ya aparecen cadenas ancladas a la roca que sirven de ayuda para desplazarse por una pendiente a media ladera. Una segunda que consiste en un estrecho paso de apenas 1,5-2 metros de anchura con precipicios casi verticales a ambos márgenes, de un lado el río Virgin y de otro el angosto cañón por el he caminado hace un rato en ascenso. La tercera parte es una subida casi vertical en la que hay que elevar mucho las rodillas y apoyarse en las cadenas para superar los grandes tajos y cortes que nos encontramos en el camino horadado en la roca. En total desde la explanada anterior se tarda unos 25 minutos en llegar arriba.







La recompensa es suprema. Desde el punto más alto se tienen vistas panorámicas de 360º que permiten ver el discurrir del río en el cañón, ¡de vértigo! A lo lejos y casi como si fueran figuras en miniatura, los autobuses van y vienen en su habitual ruta. Es como tener una vista aérea de la zona pero sin aeroplano. Ciertamente el trail es espectacular y los escenarios impresionantes por lo que permanezco por más de media hora disfrutando de la tranquilidad y del paisaje. Empieza una llegada paulatina de gente y en ese instante decido iniciar la bajada que a la postre se convierte en más lenta que la subida, porque en los estrechos pasos es necesario esperar a que los que te preceden bajen o dar preferencia a los que suben. Para mí es la parte más exasperante, ya que estoy acostumbrado a caminar a un ritmo vivo. Me ha costado el doble de tiempo deshacer el tramo de la “vía ferrata”.

















Casi al llegar al Scout Lookout veo como varias personas se dan la vuelta al ver el tramo final, el de las cadenas, y es que la última parte de la subida impone. Una vez superado el tapón de gente despliego los batones de trekking y me dejo “caer” en la bajada; se cansan menos las piernas si se baja trotando y cargando los cuádriceps. Algunos japoneses me hacen fotos; “joder, ¿nunca han visto a nadie corriendo?”, me pregunto. Cuando alcanzo el tramo más cercano al río (con menos pendiente), retorno al paso normal y tengo un encuentro con un ciervo que viene de frente por el camino; parece que me va embestir al trote hasta que a un metro de distancia cambia de dirección y se introduce en unos matorrales bajos.


Justo al llegar a la parada del bus coincido con María que también llega de realizar sus trails. El recorrido completo del Angels Landing me ha llevado 2 horas 40 minutos, teniendo en cuenta que estuve 30 minutos en la cima y que la bajada ha sido ralentizada por la aglomeración de gente. Se puede hacer con más calma y he de reconocer que cualquiera que no tenga algún impedimento físico grave será capaz de completarlo. Eso sí, que se abstengan aquellos con vértigo porque hay zonas en la última parte en las que pareces estar suspendido en el vacío al caminar por un estrecho pasillo. Intercambiamos impresiones sobre cómo nos ha ido la mañana mientras tomamos un snack y María me detalla su recorrido.







Charlamos con un hombre que también descansa en la parada del shuttle; es americano y me felicita por haber realizado el Angels Landing, según me cuenta está incluido en el “top ten” de trails en USA. Son las 12 del mediodía y aún nuestra visita al Zion National Park no ha terminado. Cogemos el bus que nos lleva a la última parada, la conocida como Temple of Sinawava. El conductor del bus nos sugiere a través de la megafonía que miremos a nuestra izquierda y veamos los visitantes que se aprecian en la cima del Angels Landing; desde aquí abajo impresiona igualmente ver la altura y los riscos por los que he caminado hace una hora.

Desde Temple of Sinawava parte el trail The Riverside Walk, un plácido paseo sin desniveles que sigue el cauce del río. Aunque está masificado merece la pena venir hasta aquí y recorrer el sendero que resulta completamente impactante puesto que el río Virgin fluye entre altísimas paredes de roca, justo antes de que el terreno se abra en dirección al Visitor Center. Multitud de ardillas corretean en busca de algo que llevarse a la boca y un ranger ofrece unas charlas explicativas sobre la fauna del parque, mostrando a los que por allí pasan pieles de mapache y zorro gris.






El trail finaliza abruptamente al verse interrumpido por el agua del Virgin River. Este punto es el inicio del conocido The Narrows, un trail en el que se camina por el lecho del río, a lo largo del agua y siguiendo curvas y recovecos del cañón. Venimos preparados para la ocasión y nos calzamos zapatos para vadear el río mientras nos ayudamos con un bastón, con el que fondeamos el terreno antes de pisarlo. Nos adentramos media hora hasta que llegamos a un área menos masificada y deshacemos el camino. Como experiencia nos ha valido y es una lástima no disponer de más tiempo para avanzar un par de horas más por un escenario que se antoja interesantísimo.







Nos secamos y volvemos a la parada del bus, en este lugar existen puntos de agua para poder limpiar el calzado usado en The Narrows; los americanos siguen dejando patente que no se olvidan de ningún detalle. De vuelta en el Visitor Center nos tomamos unas ensaladas que habíamos comprado el día anterior en el supermercado, hacemos un alto en la tienda de souvenirs y poco después de las 3.30 pm nos ponemos en marcha hacia Las Vegas. Zion nos ha dejado un gran sabor de boca, es de esos parques que no basta con verlos desde el autobús, hay que caminarlo y personalmente estoy contento porque además casi lo he visto desde el “cielo, allí donde moran Los Angeles”.

Al poco rato hacemos una parada en Fort Zion, un curioso complejo que es un restaurante y una tienda de souvenirs; para llamar la atención de los viajeros su exterior recrea un fuerte de madera con todos los detalles, carromatos, edificios… A medida que engullimos millas el paisaje se torna más árido y podemos ver enormes extensiones de terreno cubiertas por montones de Joshua Tree. Hacemos una parada rápida en el cartel que nos da la bienvenida al estado de Nevada y aprovechamos para retrasar el reloj una hora, recuperamos el huso horario perteneciente a la costa del Pacífico. La I-15 vuelve a funcionar, pero hay muestras evidentes de lo que sucedió hace unos días; corrimientos de tierras, maquinaria de obras, carriles cortados y delimitados por conos….





Tomamos el desvío hacia el sur por la 169 que nos lleva hasta Overton, donde hacemos una parada técnica para repostar combustible y limpiar los cristales del Hyundai. Algunos carteles avisan a los vehículos de la posibilidad de inundaciones repentinas en el tramo que nos lleva hasta el desvío que conduce a la entrada de Valley of Fire. Paramos en el acceso sur y procedemos a introducir los $10 de la tasa por vehículo en un sobre y coger la solapa a modo de resguardo.


Pasamos por la roca con forma de elefante (Elephant Rock) que vemos sin llegar a detener el vehículo y luego avanzamos hasta el desvío que nos lleva a The Cabins, antiguas construcciones de la época en la que se instauró el parque y después continuamos la marcha llegando a las Seven Sisters, donde sí echamos pie a tierra para curiosear en su entorno. Proseguimos hasta llegar al Visitor Center, que para estas horas (las 6.00 pm pasadas) ya ha cerrado y tomamos la carretera que nos llevará hasta las White Domes. El camino resulta muy entretenido con continuas subidas y bajadas, cambios de rasante y curvas que convierten la experiencia en una montaña rusa al volante.




María se queda cerca del coche leyendo los paneles informativos pero yo me adentro en una senda de arena suelta que dificulta mucho el caminar y me acerco a ver las formaciones rocosas de color blanco que contrastan con los tonos rojizos que dominan el valle. El sol se está poniendo y nos dirigimos hacia el aparcamiento del que parte el trail conocido como The Firewave (La Ola de Fuego). Este trail no aparece marcado en el mapa del parque por lo que muchos pasan de largo. Cogemos agua y comenzamos a caminar junto a una pareja de mediana edad que al poco rato se da la vuelta. Nosotros seguimos caminando y disfrutando de la gama de colores que se pueden ver en el valle; ocres, amarillos, naranjas, rojos, blancos…. todo en contraste con el azul del cielo que va perdiendo luminosidad por momentos. Guiados por postes y montículos de piedras, llegamos a la roca que da nombre al trail.






Es increíble ver como la naturaleza ha conseguido crear “olas de fuego” en la propia roca, en la que alternan capas de color crema con capas rojas. Un fotógrafo se desplaza frenéticamente de un punto a otro para captar la mejor luz sobre el fenómeno. Hemos acertado de pleno, es la hora perfecta del día para apreciar el efecto de color, sin la luz del atardecer es imposible verlo en todo su esplendor. Con la mínima visibilidad que nos ofrece el crepúsculo llegamos al coche y abandonamos el valle en la más absoluta oscuridad, a través de una carretera solitaria que desemboca de nuevo en la I-15.




Ya en la autopista María piensa que divisamos Las Vegas a lo lejos, pero es una falsa alarma, se trata de las luces de una industria cementera o similar. Pero poco después, cuando aún faltan 20 millas según el GPS para llegar a nuestro hotel, aparece ante nosotros una alfombra de luces de dimensiones bárbaras. Oteamos el horizonte en busca de los límites de la ciudad bajo un cielo negro y nos parece asombroso. Enorme.

A medida que nos acercamos comenzamos a distinguir, como si de un faro en la costa se tratara, la omnipresente torre del Stratosphere. Hemos elegido este hotel por ubicación, para huir de la vorágine del Strip. De nuevo nos vemos inmersos en el caos circulatorio de una gran ciudad. Es como una bofetada en la cara, después de la tranquilidad de los parques y carreteras secundarias por las que hemos circulado en la última semana. Pero hay que adaptarse al nuevo ritmo, este es el capítulo del viaje que nos toca vivir los próximos días.

Accedemos al self-parking del hotel y nos sometemos al ritual del que llega por primera vez a un hotel de Las Vegas; paseo por todo el casino para llegar a la recepción y hacer el check-in. Un camino que se convierte en luminoso intento de seducción a los potenciales jugadores que arrastran sus maletas en pos de su habitación. Nuestro aspecto, polvoriento y con vestimenta para caminar, contrasta con otros huéspedes que por allí pululan. Pero eso no importa en Las Vegas, aquí nadie se fija en el aspecto de los demás. En 10 minutos solventamos el trámite y llegamos a la habitación donde permaneceremos las tres próximas noches, un alivio y paréntesis en nuestro nómada periplo.

Nos acomodamos, nos aseamos y salimos a conocer el hotel. La zona de tiendas no es muy grande y apenas hay 4 ó 5 restaurantes de comida rápida. La principal atracción del Strastosphere es su torre y nos acercamos a la entrada que da acceso a los ascensores. Hay una cola enorme así que con el cansancio que tenemos abandonamos la idea de subir y la posponemos para mañana. El día ha sido agotador y no tenemos ni ganas de cenar, nos basta con comer unos snacks en la habitación. Cuando estamos a punto de irnos a la cama, nuestros vecinos de habitación parecen tener ganas de fiesta y de música alta. “Menos mal que queríamos tranquilidad”. Quince minutos después y tras 3 llamadas a recepción, mandan a alguien de seguridad que obliga a que la “fiesta” termine antes de lo previsto para los huéspedes de la habitación contigua. Por fin el silencio reina, algo que nos permite caer rendidos en escasos minutos.

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