Segundo día consecutivo que amanecemos en
Las Vegas y no es necesario cargar el coche para seguir avanzando en ruta. Lo
primero que hacemos esta mañana es dirigirnos al sur del Strip, hacia el cartel
de “bienvenido a Las Vegas”, nos había quedado pendiente la fotografía el día
anterior y pensamos que a primera hora habrá menos gente. Conducir a lo largo
del Strip tan temprano es rápido pero nos sorprende que a estas horas ya haya
gente en la zona del cartel. Claro que también viene bien la presencia de esa
gente, sobre todo para pedirles ayuda y que te saquen una foto en pareja o en
grupo. Otro detalle en el que me fijé anoche es que han construido un pequeño
montículo y lo han recubierto de césped artificial para que la gente se
encarame a él y poder obtener un buen enfoque del cartel.
Hoy nos vamos a desayunar a otro hotel de
lo los de segunda fila, que tampoco está muy lejos del Strip, apenas a 5
minutos en coche. Se trata del Gold Coast Hotel & Casino del que había
leído buenas críticas en alguna web que informa de todos los buffets de la
ciudad, precios, horarios... Dejamos el coche en el parking de superficie del hotel,
muy próximo al acceso principal. Atravesamos el casino que como en cualquier
hotel de Las Vegas siempre tiene público; da igual la hora porque siempre
encontrarás a alguien jugando en las tragaperras o mesas de juego.
El desayuno es parecido al del día
anterior, gran variedad de salado y dulce y cocineros preparando tortillas al
gusto para todo el que las quiera pedir. La calidad es parecida, no notamos
mucha diferencia entre ambos y el precio similar ($7,5 por cabeza, impuestos
incluidos). Nos damos un buen festín mientras observamos con detenimiento la
gente de las mesas de alrededor; personas con obesidad mórbida convertida en un
problema de salud, jugadores empedernidos que invitan a desayunar a la
prostituta que han contratado, parejas de gente joven que están de vacaciones
en Las Vegas… Creo que saliendo de los hoteles más grandes del Strip y por
tanto más turísticos, y darse una vuelta por estos menos lujosos nos da la
verdadera medida del turismo y del negocio que mueve Las Vegas, tal vez esté
equivocado, pero es la impresión que tengo.
En 5 minutos llegamos al hotel Paris, en
cuyo aparcamiento volvemos a dejar el coche, no hay porqué complicarse ya que
lo conocemos y es perfecto para nuestro propósito en el día de hoy. Cruzamos la
calle y llegamos a la entrada del Bellagio, esta vez lo hacemos a través de un
sistema de escaleras mecánicas y soportales que nos protegen de la incipiente
solana mañanera. Atravesamos una zona del hotel que ayer no vimos y que es la
de las tiendas, y todo ello para buscar el acceso a la estación de monorraíl.
En el margen izquierdo del Strip hay algunos tramos de monorraíl que conectan
distintos hoteles, son de uso gratuito y bastante útiles a la hora de ahorrarse
los desplazamientos a pie.
Tomamos el vehículo que nos lleva por medio
de una vía en altura que discurre entre edificios hasta el hotel Montecarlo,
fin de trayecto de este tramo. Desde la estación (como digo en altura) se
observa la zona de piscinas del hotel y las pistas de arena para jugar al
volley playa. Atravesamos el complejo que tampoco nos llama mucho la atención y
salimos a la calle para poder cruzar el Strip y llegar a su margen derecho.
Aquí hacemos una breve incursión en dos
tiendas temáticas. Por un lado Coca-cola Store, que llama la atención de los clientes
con un anuncio en forma de botella de cristal que abarca toda la altura de la
fachada. Por otra parte la de M&Ms World, que está formada por cuatro
plantas con todo tipo de “merchandising” relacionado con los caramelos de
chocolate. Jamás llegamos a pensar que una cosa así diera para tanto. En la
manzana contigua se ubica un restaurante Hard Rock Café, reconocible por la
enorme guitarra que custodia la entrada; aquí todo es a lo grande, no hay nada
pequeño.
Avanzando hacia el sur por la acera no tardamos
en toparnos con la entrada del MGM Hotel; el edificio de cristal de color verde
llama la atención. En su interior tal vez lo más peculiar sea el restaurante
ambientado en la selva por lo logrado que está. Después de patear el hotel
salimos de nuevo a la calle y a través de la pasarela peatonal cruzamos de
nuevo al margen izquierdo del Strip. Justamente vamos a desembocar al hotel New
York New York. Lo más llamativo de este edificio es su fachada que imita el
“skyline” de la ciudad de los rascacielos, réplica de la Estatua de la Libertad
incluida. Además existe una montaña rusa en el hotel que realiza un intrincado
recorrido entre la fachada de las construcciones. Me fijo y noto que está en
funcionamiento pero no hay nadie en los vagones, supongo que la ponen en marcha
a modo de reclamo, para que la gente sepa que se puede montar en ella.
El interior del hotel es bastante menos
espectacular que su exterior y, cuando llegamos a la zona de recepción en la que
se ven grandes murales pintados que recrean edificios de la ciudad neoyorkina,
descansamos un rato en unos sillones. Salimos al exterior por la parte que da
al hotel Excalibur, cuyo exterior evoca un castillo de Disney. Sin embargo el
interior es bastante menos curioso y más decadente, así que apenas nos hemos
asomado al vestíbulo nos damos la vuelta. Buscamos la parada del monorraíl que
en este tramo une el Excalibur con el Mandalay, y a éste último nos dirigimos.
El Mandalay se ambienta en una temática
oriental, nos agrada la decoración y la clase del hotel. Cerca de la recepción
hay jarras de agua fría con cortezas de limón y de naranja; se trata de una
cortesía para los huéspedes/visitantes que no desaprovechamos para mitigar el
calor que hay en la calle. Este hotel también es famoso por sus piscinas y por
el acuario (la entrada se paga aparte) que contiene un ejemplar de tiburón
blanco. Como el hotel nos gusta damos un paseo hasta la zona del acuario para
curiosear, llegamos allí y se puede acceder a la entrada al mismo que también
presenta una decoración a caballo entre lo tropical y lo asiático.
El hotel es enorme y nos lleva un buen rato
dar con el camino correcto para trasladarnos al complejo contiguo, el Luxor.
Accedemos a él por un pasillo que lo comunica con el Mandalay y de repente nos
vemos en el centro de la gran pirámide. Las dimensiones interiores del edificio
son monstruosas con un espacio diáfano que invita a elevar la vista en busca de
su cúspide. Las habitaciones se disponen en las fachadas inclinadas y la parte
central acoge tiendas y restaurante aparte de réplicas de obeliscos, esfinges y
estatuas. Ciertamente ver el hotel desde su núcleo impresiona bastante.
¿Y qué decir de su exterior?. Una esfinge
mastodóntica da la bienvenida a los visitantes y es acompañada a ambos lados
por réplicas de la “avenida de los carneros”, cuya composición original se
puede ver en el acceso al templo de Karnak (ciudad egipcia antiguamente
conocida como Tebas). En vez de volver a tomar el monorraíl uniendo sus
distintos tramos, que resulta tedioso, caminamos por el margen izquierdo del
Strip hasta llegar al hotel Montecarlo. La última parte del recorrido hasta el
Bellagio sí la hacemos en monorraíl, porque la temperatura exterior es ya
demasiado alta.
Antes de recoger el coche hacemos una
última parada en el Planet Hollywood, con el que damos por concluido nuestro
tour por los hoteles más representativos de Las Vegas. Queremos hacer algunas
compras y nos desplazamos al Outlet del Norte. El parking está lleno y nos
vemos obligados a dejar el Hyundai en la última planta. Localizamos el punto de
información y nos hacemos con un libreto de descuentos al canjear un cupón
impreso que traemos desde casa. Este outlet es descubierto, se encuentra al
aire libre y las tiendas se alinean a lo largo de calles que se cruzan en
plazas nombradas estratégicamente para facilitar la localización del visitante.
Empleamos un par de horas haciendo compras antes de regresar al hotel.
Apuramos el contenido del “doggie bag” que
contiene las sobras de la cena de ayer y junto con unas patatas fritas de bolsa
y unas cervezas fresquitas nos dan para componer una comida ligera ya que
habíamos desayunado fuerte. Segundo día recorriendo hoteles y nos sucede lo
mismo, estamos más cansados de andar por moqueta que de caminar en las sendas de
los parques. Pasamos las horas centrales del día y de más calor descansando en
el hotel.
Con la luz del crepúsculo y los neones
encendiéndose cogemos el coche de nuevo. Hacemos una parada rápida para ver el
exterior de la carpa de circo que innegablemente llama la atención y atrae las
miradas de todo el que por allí pasa. No obstante prescindimos de entrar y
seguimos nuestro camino por el Strip. En su zona central hay obras y han
reducido los carriles mediante conos lo que produce un estrangulamiento de la
circulación y las consiguientes retenciones. Nos lo tomamos con calma porque
así podemos reparar con detenimiento en las vistas nocturnas de la calle
principal de Las Vegas y en la gente que por ella deambula. Lástima que no
coincide nuestro paso por el Mirage con la erupción de su volcán artificial.
Volvemos a nuestro ya conocido self-parking
del hotel Paris y cruzando la calle nos posicionamos para ver el espectáculo de
las fuentes del Bellagio. El primer tema que escuchamos es el “Fly Me To The Moon”, de Frank Sinatra. Una
coreografía corta de las chorros y luces de las fuentes que es una primera
aproximación a lo que puede dar de sí este show. Como tenemos tiempo y no
queremos andar más le propongo a María quedarnos a escuchar el siguiente tema.
Comento aleatoriamente “ahora van a reproducir el Viva Las Vegas de Elvis
Presley” y mira por donde acierto. Esta vez la puesta en escena es más
espectacular gracias al ritmo de la música.
La temperatura es
agradable, estamos acomodados en un buen sitio, nos entretenemos viendo cómo
pasa la gente, así que optamos por ver un show más. Y volvemos a tener suerte,
porque un “speech” por megafonía del presidente del Bellagio anuncia la
premiere de un tema de DJ Tiesto y su incorporación al listado de canciones que
configuran la performance del espectáculo de las fuentes. Tras unas palabras
del DJ, comienzan los acordes de su tema “Footprints, Rocky, Red Lights” y los
chorros comienzan a danzar. De los tres temas musicales que presenciamos éste
resulta el más espectacular, seguramente tiene que ver con la cadencia y el
tipo de música.
Retornamos al
hotel esquivando el Strip y su colapso circulatorio; para ello empleamos calles
paralelas a la hora de llegar a nuestro hotel. Después de un rato en la
habitación haciendo tiempo nos dirigimos a los ascensores que dan acceso a la
torre. Hemos quedado con la pareja de viajeros que conocimos en Barajas para
ver la ciudad iluminada desde las alturas. Al estar alojados nosotros en el
Stratosphere el hotel permite que podamos acceder gratuitamente con dos
personas más a la torre. Cuando llegan Cecilia y Carlos pasamos el control e
intercambiamos opiniones y anécdotas de la parte del viaje que ya hemos
realizado. Ellos han sufrido en mayor medida el atasco del Strip y les ha
llevado un buen rato alcanzar el Stratosphere. A 350 metros contemplamos la
ciudad iluminada, una visión difícil de olvidar que queda grabada en la retina.
Nos vamos a cenar
los 4 al restaurante Peppermill, que en su día se hizo famoso gracias a Alaska
y Mario Vaquerizo. La decoración cabalga entre la modernidad de neones rosas y
azules y el atuendo de la década de los 50 de las camareras. Sin embargo,
reconozco que la hamburguesa que pido está exquisita. A pesar de no probar
postre comprobamos su tamaño gracias a que un chico de una mesa cercana pide un
helado. La copa es tan grande que no puede dar fin de ella. Nos despedimos de
los compañeros viajeros y regresamos al hotel. Dejamos todo el equipaje
preparado porque al día siguiente queremos partir temprano, tenemos muchas
cosas que ver.
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