Lunes, comienza una nueva semana aunque
para el que está de viaje no hay distinciones entre los diferentes días, todos
son excitantes. Cargamos de hielo la nevera (el día anterior tuvimos que pedir
cambio en monedas de un billete de $1 porque el hielo no era gratis), la
colocamos en los asientos posteriores e iniciamos nuestra marcha. Antes de
ponernos en ruta hacemos nuestro primer repostaje y resulta algo caótico porque
el sistema informático de la gasolinera se ha vuelto loco; nada que no se pueda
arreglar aunque nos retrase 15 minutos. La primera parada es en Yermo, a
escasos 15 minutos de Barstow. El objetivo: desayuno a una hora bien temprano
en Peggy Sue’s.
A estas horas no hay turistas, apenas algunos lugareños que inician la jornada con desayunos cargados de calorías. El local, anclado algunas décadas atrás, dispone de varias estancias que no dudamos en recorrer una vez que hemos dado buena cuenta del opíparo desayuno. Figuras de Elvis, de Betty Boop, pósters, viejas máquinas de discos….todo ello no significaría nada si no fuera por ese mobiliario antiguo, perenne, esas notas que cuelgan de las paredes con mensajes de otra época, esas camareras con edades avanzadas pero que siguen luciendo su añejo atuendo y su cofia mientras no dejan que las tazas de café se vacíen, esa vitrina llena de tartas con sabores evocadores del pasado….Disfrutamos del desayuno y del ambiente antes de retomar el camino.
Los árboles de Joshua comienzan a ser la nota
predominante en el paisaje llano que recorremos, dividido en dos partes iguales
por infinitas rectas de la autovía. Todo corresponde al guión preestablecido de
un viaje que nos sumerge en los desiertos californianos hasta que comienza a
llover. A una hora de camino de Barstow el cielo se apaga y su color oscuro
comienza a descargar con fuerza. Hay que aminorar la velocidad, los
limpiaparabrisas apenas dan abasto para escupir el agua de la luna delantera;
circular al límite de velocidad de 75 mph marcado para esta carretera bajo
estas condiciones es temerario. La lluvia torrencial aminora por momentos
para luego volver a apretar y en estas condiciones seguimos avanzando por un
desierto que nos ofrece un panorama no muy propio de lo que se supondría para
un escenario así.
Ganamos Needles y abandonamos la autopista principal para recorrer parte de la histórica Ruta 66 y así lo hacemos después de cruzar el río Colorado a través de un vetusto puente metálico. La carretera se va inclinando hacia arriba a medida que nos acercamos a Oatman y la lluvia parece que quiere darnos un respiro porque cesa por un rato. Y digo parece porque es llegar al que en su día fue un pueblo minero lleno de vida y que ahora no es más que una calle llena de tiendas de souvenirs y la lluvia comienza a caer de nuevo. Primero tímidamente para pasar después a convertirse en torrencial. Nos cobijamos bajo un porche de madera mientras vemos como un grupo de motoristas se colocan sus trajes de agua y sus cascos y se lanzan a circular por la Ruta 66 en contra de los elementos. Nada más alejado de la arquetípica estampa de una carretera azotada por el sol en tierras californianas.
Ganamos Needles y abandonamos la autopista principal para recorrer parte de la histórica Ruta 66 y así lo hacemos después de cruzar el río Colorado a través de un vetusto puente metálico. La carretera se va inclinando hacia arriba a medida que nos acercamos a Oatman y la lluvia parece que quiere darnos un respiro porque cesa por un rato. Y digo parece porque es llegar al que en su día fue un pueblo minero lleno de vida y que ahora no es más que una calle llena de tiendas de souvenirs y la lluvia comienza a caer de nuevo. Primero tímidamente para pasar después a convertirse en torrencial. Nos cobijamos bajo un porche de madera mientras vemos como un grupo de motoristas se colocan sus trajes de agua y sus cascos y se lanzan a circular por la Ruta 66 en contra de los elementos. Nada más alejado de la arquetípica estampa de una carretera azotada por el sol en tierras californianas.
Las necesidades biológicas aprietan y las
vejigas tienen límites de capacidad por lo que nos vemos obligados a preguntar por
unos aseos en una tienda próxima a la que llegamos vadeando la carretera. La
dependienta, todo amabilidad, nos dice que en su local no hay pero llama a la
tienda contigua para que nos dejen usar su baño particular. Comento a la señora
la intención de seguir carretera arriba para llegar a Kingman y si habrá
problemas en ella por las lluvias. Me contesta que ahora mismo no pero que es
posible que en un rato y si sigue cayendo agua así la corten y nos conmina a
partir ¡ya mismo!. Aquí se viene en busca de aventura y como no hemos visto
ningún burro de esos que pueblan las calles de Oatman tomamos la decisión de
avanzar y no deshacer el camino. Los chubasqueros cubren nuestros cuerpos pero
llegamos empapados de cintura para abajo al coche.
La carretera sigue ascendiendo y justo al
abandonar el pueblo una caravana enorme de Discover America (seguramente
conducida por otro turista empecinado en seguir adelante) nos marca el camino.
Y digo que nos lo marca porque entre la niebla baja, la lluvia racheada
azotando la carretera, los charcos y balsas de agua anegando el asfalto, todo
ese tramo se convierte en una odisea. Nos tranquiliza ver como de vez en cuando
nos cruzamos con algún vehículo; la carretera no debe estar cortada. O tal vez
sí, y se están dando la vuelta. Coronamos la ascensión e iniciamos el descenso,
siempre con nuestra querida caravana unos metros por delante marcando la
trazada limpia.
Lo poco que podemos ver del paisaje nos
gusta y comentamos que es una lástima no poder conducir por allí con buena
meteorología. El terreno comienza a llanear y respiramos más tranquilos, la
carretera se ensancha y comienzan a hacer acto de presencia buzones al pie de
la misma, lo que denota la existencia de ranchos “cercanos” (hemos empezado a
comprobar que en este país no queda nada cerca, todo es enorme). Después de un
par de sustos debido a ganado campando a sus anchas en la calzada y a un par de
zonas inundadas donde el agua cubre hasta la mitad del neumático la tormenta
parece amainar y la lluvia cesa. Aún así, tal y como comenzamos a ver ayer, las
señales en algunas zonas de carreteras secundarias con la leyenda “Flash Flood”
comienzan a formar parte del propio paisaje por el que transitamos. Debe ser
algo muy normal aquí donde las infraestructuras se preparan para un clima seco, pero
que es azotado de cuando en cuando por torrenciales lluvias.
Si más novedad, afortunadamente, llegamos a
Kingman. Es fácil encontrar el Mr Dz 66, otro local de “carretera” preparado
para los nostálgicos de la Ruta 66. Nuestras ropas se han secado en el tortuoso
trayecto desde Oatman y no hace falta cambiarnos. Aún así nos intentan sentar
en una terraza cubierta del local pero pedimos que nos pasen dentro, dónde sólo
hay sitio en la barra y es aquí donde tomamos asiento. Me cuesta entenderme con
la camarera, supongo que es el resultado de sumar mi acento extranjero y el
suyo, propio de un inglés americano cerrado. Una hamburguesa, un perrito y un
batido después, trato de explicarle que necesito hacer una llamada local con el
propósito de confirmar con Papillon el vuelo en helicóptero sobre el Grand
Canyon para el día siguiente. Todos los intentos son estériles. Creo entender
que hay un teléfono público cruzando la carretera pero tampoco me queda claro.
Abandonamos el local y nos hacemos unas
fotos con la camioneta de “época” que custodia la entrada al restaurante y
luego cruzamos el parque cercano para llegar hasta la locomotora Santa Fe,
llena de vigor en otro tiempo y que ahora no es más que un reclamo turístico de
todos los que por allí pasamos. De vuelta al coche nos topamos con una patrulla
de carretera y aprovecho la ocasión; tampoco saben decirnos dónde hay un
teléfono público porque no son de la zona. Total, que cruzamos la carretera y
entramos en un edificio en el que al parecer hay un punto de información
turística de Arizona. Nos cuesta dar explicaciones a dos empleados hasta que el
segundo descuelga el teléfono, marca y nos lo pasa. Me comentan que el vuelo
está confirmado y que hoy si están saliendo los helicópteros a pesar de la
lluvia. Mañana ya veremos.
De nuevo en ruta y parada en Hackberry
Store, lugar perfecto para curiosear por su exterior entre surtidores de
gasolina, coches, grúas y demás. Todo ello anacrónico, de otro tiempo. Y
también encontramos un decorado similar en el interior; ahora es una tienda de
souvenirs y aquí hacemos alguna compra para la familia. Retomamos la carretera
hacia Peach Springs. Cuando estamos llegando con el coche optamos por continuar
camino sin parar porque no hay nada que nos llame la atención en este pequeño
pueblo que en su día inspiró la película “Cars”. Algunos claros se van abriendo
camino en un cielo cada vez menos encapotado y nos anima a seguir hacia la
siguiente parada. Por el camino nos resultan curiosos anuncios publicitarios de
varias décadas atrás, consistentes en una sucesión de carteles con líneas o
partes de un mensaje que componen un todo una vez unidas. Allí siguen,
incólumes al paso del tiempo.
En Seligman lo primero que hacemos es
repostar a la entrada del pueblo y limpiar los cristales del coche en la
gasolinera. Después nos dedicamos a pasear por la zona que recrea un pueblo del
viejo oeste; con las fachadas de sus casas, con un carromato que servía para
transportar presos, con un barracón que hacía las veces de prisión, con un
“retrete” de los que se empleaban por aquel entonces…Avanzamos con el coche y
llegamos a la parte final del pueblo donde se puede ver la barbería de Ángel
Delgadillo y un puñado más de tiendas orientadas al negocio de la Ruta 66. La
verdad es que resulta un sitio interesante para perderse un rato observando los
pequeños detalles.
Aquí damos por finalizado nuestro pequeño
periplo por la conocida Ruta 66 (o grande, si tenemos en cuenta las
circunstancias climatológicas) y volvemos a la autovía principal que nos
llevará a pasar cerca de Williams. Con un cielo cada vez más azul enfilamos la
64 hacia el norte y el paisaje empieza a cambiar apareciendo cada vez más masas
arbóreas y dejando atrás las llanuras desérticas que nos han acompañado la
última jornada y media. Hacemos una parada rápida en Valle; el tiempo justo y
necesario para hacer el check-in en el hotel Grand Canyon Inn. Llevamos
nuestras cosas a la habitación, que se encuentra en otro edificio al otro lado
de la carretera. Las habitaciones son pintorescas, pequeñas cabañas de madera adosadas
con un porche cubierto que une todas sus entradas, con toda la construcción inspirada
en el viejo oeste. Incluso los nombres de las habitaciones son referencias al
western: Jesse James, Butch Cassidy….. La única pega de la cabaña es que es
minúscula, apenas hay sitio para revolverse. Pero es lo que encontramos más
próximo al Grand Canyon sin que los precios fueran disparatados. Son los
inconvenientes de preparar un viaje así tan sólo con dos meses de antelación.
Cogemos ropa de abrigo, paraguas y
chubasquero y nos ponemos en marcha. Más al norte en la 64 nos topamos antes de
llegar a Tusayan con su aeropuerto, atravesamos la población dirigida al
turismo y pasamos a su salida por la primera rotonda que veo en Estados Unidos.
Un poco más allá se encuentra la entrada al Grand Canyon National Park, donde el
Anual Pass de los Parques Nacionales que compré de segunda mano a un forero de
Los Viajeros funciona sin problema. Eso sí, me piden una identificación válida
para cotejar la firma.
Antes de llegar al Visitor Center tenemos
el primer encuentro del viaje con un cérvido; los coches del otro carril se
detienen para observar en la cuneta un ejemplar macho de Elk o Wapiti, segundo
cérvido del mundo por tamaño después del alce.
Luego toca orientarse en el entramado de pequeñas carreteras que dan servicio a
las instalaciones propias del parque y sus hoteles, pero no tenemos mayor
complicación para llegar a las inmediaciones de Bright Angel Lodge. El parking
está lleno, tenemos que movernos hacia el Maswik Lodge donde finalmente dejamos
el coche.
Un corto paseo hacia la cabecera de la
línea roja del shuttle bus y aquí, mientras esperamos su llegada, tenemos nuestro
primer contacto con esta maravilla de la naturaleza. Aunque el cielo ha vuelto
a encapotarse y aparece nublado la visibilidad permite de sobra ver las
dimensiones de la enorme fisura tallada en la tierra por el río Colorado
después de tantos millones de años. Llega el autobús y lo tomamos hacia Hopi
Point, punto elegido para ver la puesta de sol.
Las condiciones no son las mejores,
evidentemente. Aún así disfrutamos del momento a medida que enormes nubarrones
juegan a ocultar determinadas partes del cañón. También se aprecia como en la
lejanía llueve a raudales por los cambios de color que adopta el cielo. Pero en
nuestra posición al menos no llueve y además de eso hay poca gente presenciando
el espectáculo ya que el clima no es el más adecuado para disfrutar del lugar.
Pero las circunstancias nos encantan y apuramos hasta que prácticamente se deja
de tener visibilidad en la zona; no hay disco solar ocultándose tras el
horizonte y a pesar de eso nos ha encantado pasar un buen rato sentados
disfrutando en silencio del entorno.
Abandonamos el parque en completa oscuridad
y presto máxima atención a la carretera en el trayecto a Valle por si a algún
animal le da por saltar al asfalto. Llegamos sin mayor novedad y descargamos el
coche. Al poco rato de estar en la cabaña alguien toca a nuestra puerta y nos
avisa de que nos hemos dejado el maletero del coche abierto. ¿Despiste o
accionamiento del botón del maletero accidentalmente? Inmersos en este debate
cenamos algo en la habitación y nos vamos a la cama. El pronóstico del tiempo
para mañana es demencial; comienza a llover de madrugada y no para hasta bien
entrada la tarde. ¿Podremos ver algo más del Gran Cañón? Con esta inquietante incógnita
intentamos conciliar el sueño.
No hay comentarios:
Publicar un comentario