lunes, 24 de noviembre de 2014

Las Vegas. Hoteles, casinos y luces de neón - (martes, 16 de septiembre de 2014)

Nos levantamos preparados para hacer un paréntesis de un par de días en nuestro Road Trip. Ya tenemos cogido el ritmo de madrugar y no aguantamos en la cama mucho rato, así que nos ponemos en marcha, cogemos el coche y nos vamos al norte de la ciudad en busca de un sitio en el que desayunar. Dejamos el coche en un aparcamiento de superficie perteneciente al Main Street Station Hotel & Casino, un hotel situado cerca de la calle Fremont.


Aquí se nota que las máquinas tragaperras son más convencionales y un ambiente más añejo impregna las instalaciones. No es que estén mal cuidadas, simplemente parecen anacrónicas al lado de los casinos más modernos, como puede ser el del Stratosphere. Al entrar al buffet resulta que me piden el ticket del parking para validármelo, pero he olvidado cogerlo. La chica no le da más importancia, me dice que no me preocupe, tampoco me lo van a pedir al salir.



El desayuno para el precio que tiene ($8,5 por persona, impuestos incluidos) está bastante bien, muy surtido y hasta un cocinero prepara tortillas al gusto de cada uno con todo tipo de ingredientes disponibles. Café y zumo son servidos por los camareros sin dejar opción a que los vasos se vacíen por completo. Ayer no cenamos y tenemos apetito así que el homenaje es considerable, tanto de salado como de dulce. Miramos a nuestro alrededor, la mayor parte de los comensales parecen ser americanos, el turismo nacional debe ser el que ocupe en mayor parte este tipo de hoteles, menos turísticos y más alejados del Strip. Después del pantagruélico desayuno y de dejar una propina de un par de dólares para el camarero que ha atendido nuestra mesa, damos una vuelta por el casino y fisgamos en la cervecería con fabricación propia que hay en el hall, pero que aún no ha abierto al público por ser muy temprano.

No sé porqué pero hacemos caso al GPS en vez de seguir nuestra intuición y nos lleva prácticamente al inicio del Strip, pero lo hace a través de un tramo de autopista en vez de hacerlo recorriendo la enorme avenida en dirección sur. No importa. Llegamos sin más incidencia a las inmediaciones del hotel New York New York, circulamos en dirección norte hasta encontrar el self-parking del Hotel Paris, solo hay que desviarse a la altura de la torre Eiffel y bordear el Arco del Triunfo que hace de rotonda.

Elegimos este hotel para aparcar porque se ubica en un punto estratégico del Strip y porque su aparcamiento es de fácil acceso. Cuando accedemos desde los ascensores a la zona del propio hotel rápidamente nos sumergimos en las calles parisinas. El suelo imita un solado de baldosas de piedra, los techos recrean un cielo azul y sus nubes y las farolas de época brindan una iluminación que da la sensación de un atardecer en plena calle. Si a esto le añadimos la cuidada decoración de restaurantes y tiendas cuyas fachadas pretenden reflejar la arquitectura de Paris, la verdad es que da el “pego”. El ambiente resulta muy logrado.


La gran estancia del vestíbulo principal es invadida por los apoyos en el suelo de la réplica de la torre Eiffel, mientras camareras vestidas de “conejita” sirven bebida a los jugadores de las tragaperras y las mesas de juego. Un restaurante del afamado chef Gordon Ramsay se publicita en una de las esquinas del espacio, que también tiene cabida para un par de puentes elevados con temática y decoración parisina.



Salimos a la calle y avanzamos en dirección norte, pasando de largo el hotel Bally que es anexo al Paris. Llegamos a uno de los históricos, el Flamingo. A pesar de estar en la zona más “noble” del Strip sus interiores resultan vetustos. Vamos directamente al punto fuerte del hotel y por lo que es más famoso; se trata de sus jardines en los que existen estanques con enormes carpas de colores, cascadas artificiales, una capilla en el jardín y por supuesto ejemplares vivos de flamencos y de otras aves entre las que nos llama la atención un pelícano.








Siguiendo hacia el norte a continuación nos topamos con el Harrahs, otro de los hoteles de la “vieja escuela”. En sus inmediaciones algún personaje caracterizado con un cutre disfraz de “transformer” trata de ganarse unas monedas. El calor de Las Vegas empieza a golpearnos, es una bocanada de aire seco y caliente que abrasa. Llegamos a la fachada principal del Venetian, pero sólo la vemos de refilón porque accedemos por una galería lateral que nos lleva a la entrada del Museo de Cera Madame Tussauds. A modo de reclamo en la puerta se exhiben figuras de Johny Depp y de John Wayne, y ciertamente asustan de lo reales que parecen y lo conseguidas que están.







La galería conecta en la primera planta con el Venetian, justo donde se extienden las tiendas del centro comercial Grand Canal Shoppes. Como reclamo turístico llega aquí un canal de agua, con sus puentes e incluso góndolas que pasean turistas. Y para que no falte nada, los gondoleros ataviados con la indumentaria típica cantan mientras gobiernan las embarcaciones. Lo fundamental en estos hoteles es hacerse con un mapa de su interior porque si no puedes acabar dando vueltas inútilmente. Son laberínticos. Gracias a eso podemos llegar a un vestíbulo interior que recrea una plaza veneciana y aquí tampoco falta ningún tipo de detalle en lo que se refiere a ambientación; se siguen los mismos patrones que en el hotel Paris, pero claro, con la temática de la ciudad italiana. Lo que más impresiona tal vez sea el logrado efecto que consiguen al recrear cielos e iluminación, da la sensación de que no estás en un espacio cerrado.








Bajamos a la planta baja y abandonamos el hotel por su vestíbulo principal para poder salir al exterior y observar la fachada y su entorno. Está coronada por una réplica del puente Rialto y un gran canal donde reposan las góndolas a la espera que algún turista requiera sus servicios. El calor sigue apretando y nos obliga a caminar rápido en busca de nuestra siguiente parada, el hotel Wynn. Hacemos uso de las útiles pasarelas que conectan las aceras del Strip y zonas aledañas; permiten el paso de los peatones por encima del tráfico, ya que los semáforos pueden ser exasperantes. Esto nos permite comprobar una realidad patente; la enorme desigualdad que existe en Las Vegas. En un extremo el glamour y el lujo de hoteles y casinos; por otro, los “homeless” que dormitan a la sombra en las mencionadas pasarelas, o aquellos que tratan de ganar algo de dinero vendiendo botellas de agua con las que algunos turistas puedan aplacar la sed y el calor.



Y más patentes se hacen estas diferencias cuando miramos la fachada del hotel Wynn y de su gemelo Encore, que hacen alarde de un brillo refulgente que realza su color dorado. En su exterior una enorme cascada artificial da la bienvenida a todo aquel que llega al complejo. Visitamos el interior del Wynn, que resulta ser el hotel más lujoso de los que hemos visto por ahora. En el interior existe una zona con ornamentos florales con diversas formas que son una parada obligada y sus piscinas rezuman lujo a los pies de enormes cascadas.






Desde la calle no se ve muy lejos la torre del Stratosphere, parece mentira el rodeo que nos ha dado esta mañana el GPS. Emprendemos la marcha en dirección sur y cruzamos a la acera opuesta donde María se detiene un momento para ver unas cosas en una tienda del Fashion Mall. El sol ya está muy alto por lo que solo pensamos en pasar el tiempo imprescindible en zonas exteriores, ya que el calor es sofocante. Por eso nos metemos en el interior del Mirage y del Treasure Island. Son hoteles de menor nivel económico que los más importantes y se nota. A estas horas sus espectáculos no funcionan; el volcán del Mirage permanece inactivo esperando horas nocturnas y el barco de piratas del Treasure Island aparece desierto (incluso parece que la atracción esté cerrada temporalmente por reformas o tal vez de manera definitiva).




Otro sofoco en el calor de la calle y llegamos a la réplica de la Fontana di Trevi que adorna una de las esquinas del Forum Shops, un centro comercial que pertenece al complejo del Caesars Palace. Lo cierto es que el lugar es impactante, enormes columnas y estatuas de ambientación romana decoran el patio interior que además tiene una enorme fuente en su planta baja. María quiere hacer algunas compras y mientras me tomo un respiro para ver el espectáculo de la Caída de la Atlántida que recrea una historia de la mitología con presencia de figuras articuladas. Lo más vistoso es el final con los efectos de agua, fuego y luces.








Después de “callejear” por el interior del hotel y reparar en todo tipo de detalles de la época romana que son el “leitmotiv” de este hotel lo abandonamos por su vestíbulo principal y el exterior tampoco le va a la zaga en lo que se refiere al número de estatuas que se pueden encontrar allí. Aún nos queda un pequeño recorrido expuestos al sol hasta llegar al hotel Bellagio. Al menos nos permite ver los lagos exteriores donde cada noche se desarrollan los espectáculos de luz y sonido que acompañan el movimiento rítmico de las fuentes. Este hotel en su interior impresiona porque es bastante lujoso. La decoración del casino nada tiene que ver con otros más antiguos. Y los platos fuertes son un jardín interior que es decorado según la época del año (ahora mismo la decoración presente hace referencia al otoño) y la gran lámpara de cristales de varios colores (Fiori di Como) que puede verse cerca de la recepción.







Aquí acaba nuestro recorrido de hoy y cruzando la calle llegamos al hotel Paris donde recogemos el coche. Hacemos una parada en una calle próxima al Stratosphere para comprar algunas cervezas en un pequeño supermercado. Aquí no se andan con minucias, venden algunas latas de casi un litro de contenido y son las que escogemos. Caminar dentro de los hoteles y por el Strip nos ha dejado más baldados que hacerlo por los parques de Utah y después de comer algo ligero en la habitación descansamos un par de horas. Hay que recuperar fuerzas para lo que nos queda de viaje.




A una hora prudencial y cuando el sol ya no calienta demasiado, optamos por subir a la torre del Stratosphere para apreciar las vistas desde las alturas. Pasamos un control de seguridad y el ascensor nos lleva hasta arriba a una buena velocidad, los oídos se taponan como consecuencia de la fulgurante subida. Lo primero que hacemos es dar una vuelta por un mirador panorámico interior que rodea por completo la torre. La inclinación de los vidrios permite bascular nuestros cuerpos hacia adelante, como si nos quedáramos suspendidos en el vacío, e incluso a más de 300 metros se puede ver la base de la torre en el suelo.


Damos una vuelta completa al mirador y certificamos las grandes dimensiones de la ciudad; el Strip no es más que una calle entorno a la cual existe una megaurbe de gran superficie. Incluso se ve el tráfico aéreo en el aeropuerto McCarran, que se ubica al sur del Strip, pero no muy lejos de los más conocidos hoteles. Desde este nivel también se puede ver la plataforma de salto de aquellos que se atreven con el Skyjump, una atracción que permite a los más osados lanzarse al vacio amarrados con un arnés hasta llegar al asfalto.


Una pequeña escalera nos conduce al nivel superior en el que se encuentran las atracciones más espectaculares del Stratosphere y el acceso a una azotea al aire libre. Mientras observamos las vistas de la ciudad a cielo raso nos movemos por la zona visitable para ver más de cerca los impactantes “rides” en los que te puedes montar. Por un lado el Insanity, se trata de un aparato que gira dando vueltas a medida que un brazo se despliega en el vacío y literalmente te deja dando vueltas a más de 300 metros de altura. Otra atracción es el Big Shot, que consiste en una especie de lanzadera situada en la parte más alta de la torre. Y por último el X-Scream, que a nuestro juicio merece el calificativo de la más terrorífica, ya que es una especie de vagón que bascula hacia atrás para luego dejarse caer hacia adelante como si te fueras a precipitar al vacío en caída libre. Esta operación es repetida varias veces cuando te montas en el ride.



Es entretenido a la par que divertido ver la cara de pánico de la gente en las atracciones, sobre todo en esta última. Tenía pensado montar en alguna de ellas pero ha sido verme aquí arriba y me ha entrado el acongoje, así que la idea inicial se borra de mi cabeza. Aprovechamos un buen rato en el mirador a cielo abierto para ver una magnífica puesta de sol sobre la ciudad con las atracciones brindando emociones fuertes a los valientes. A medida que la luz natural se desvanece comienzan a iluminarse los neones y luces artificiales en pos de llamar la atención de los miles de personas que se lanzan en busca de la noche de Las Vegas. Al descender de la torre hacemos una parada en la piscina aunque solo sea para presenciar las vistas que desde ella se tienen; la piscina está en la azotea del edificio principal del hotel, que con más de 20 plantas alberga las habitaciones.



Es una obligación recorrer el Strip iluminado así que cogemos el coche y nos lanzamos en dirección sur. El payaso que promociona la entrada del hotel Circus Circus se convierte en un luminoso gigante y éste es sólo el primero de los llamativos anuncios coloristas que nos vamos encontrando. Riadas de gente han tomado las calles y a pesar de todo no tardamos mucho en llegar al final del Strip, aprovechando cada semáforo para fotografiar en la retina las luces y el ambiente que rodea la arteria principal de Las Vegas.

Llegamos al punto en el que se encuentra el famoso cartel de bienvenida a la ciudad, incluso está dotado de un aparcamiento para que la gente pueda dejar el coche en un sitio que no cause molestias mientras se persigue la arquetípica fotografía junto al cartel. Pero es muy difícil sacar una foto con las cámaras de los móviles y que quede en condiciones mínimas aceptables así que decidimos volver el día siguiente, con luz diurna. Se ha levantado un viento fuerte e incómodo y pensamos que las fuentes del Bellagio a lo mejor suspenden su espectáculo, así que ya tenemos “tarea” para mañana y como además tenemos hambre la cosa está clara. Nos vamos a cenar.


Lo hacemos en el Grand Ellis Island Casino & Brewery, un local situado a escasa distancia del hotel Paris, en una calle paralela al Strip apenas a dos manzanas de éste. Se puede aparcar gratuitamente en su exterior y dejamos el coche en el parking del hotel mientras entramos en el restaurante. Hemos elegido el lugar porque la cerveza que allí mismo se fabrica tiene buena reputación en el estado de Nevada. Por eso y porque sirven magníficos costillares a la parrilla para acompañar a la cerveza. María pide medio costillar y medio pollo asado y en mi caso me decanto por un costillar completo. Cada bandeja es servida con una mazorca de maíz asada, un cuenco de fríjoles y pan de ajo a modo de acompañamiento.



Tenemos que pedir otra cerveza para ayudar a pasar lo que nos queda de carne y aunque yo termino con mi ración María es incapaz de hacer lo propio con la suya. Por primera vez en el viaje hacemos uso del “doggie bag” para llevarnos las sobras. Coincidimos en que ha sido un acierto; un sitio tranquilo, comida buena y abundante y cerveza bastante aceptable. Y además el precio resulta de lo más económico. Pensamos en aprovechar para disfrutar un rato del ambiente nocturno de Las Vegas y nos vamos hacia la parte antigua, Fremont Street, allí donde todo germinó y los primeros hoteles y casinos comenzaron a forjar la fama de la ciudad. De camino hacia Fremont resulta chocante ver una sucesión continua de capillas publicitando estrambóticos servicios para aquellos que quieren contraer matrimonio en la ciudad del pecado.

La zona de Fremont trata de recuperar parte del esplendor que antaño tuvo y así poder atraer más turistas a los hoteles y casinos que en ella existen. Dejamos el coche en un parking cercano (cruce de 4th Street & Carson Avenue) que cuesta $2 por hora. Hace unos años toda la calle se convirtió en peatonal, sobre ella y a modo de cúpula, instalaron una pantalla curva de 400 metros de largo donde se proyectan videoclips musicales (Fremont Street Experience). La ventaja que ofrece Fremont sobre el Strip es que hay más posibilidad de pasear por la calle, ver actuaciones de toda índole en ella e incluso beber alcohol en una zona peatonal exenta de tráfico (en Las Vegas está permitido).



Recorremos la calle Fremont de principio a fin. Nos llama la atención, en su acceso este, un restaurante sobre el que habíamos leído algo antes del viaje. Se trata del Heart Attack Grill. Este sitio recibe a los comensales con una báscula en la puerta, el que pesa más de 350 libras (aproximadamente 158 kilos) come gratis. Las camareras visten de enfermera y es obligatorio enfundarse un pijama-bata de los empleados en los hospitales para sentarse a la mesa a devorar las monstruosas hamburguesas.

También en este punto se encuentra la torre que da acceso a la atracción Slotzilla, que consiste en una tirolina que permite a los más atrevidos un vuelo por encima de toda la calle Fremont, justo por debajo de la gran pantalla en forma de cúpula. Recorremos la zona peatonal deteniéndonos en distintas atracciones de mimos, pintores callejeros, barras de bar con chicas ligeras de ropa… En esta calle cabe todo, incluso cruzarse con un doble de Michael Jackson que pasea con una copa en la mano.


Nos damos una vuelta por el casino y el vestíbulo del famoso hotel Golden Nugget. Un gran acuario tras la recepción recibe a los huéspedes en el que tal vez sea uno de los hoteles más icónicos de esta parte de la ciudad. Aquí, como en el resto de hoteles de este tipo, se ve gente de toda condición; salta a la vista qué tipo de “parroquia” frecuenta estos lugares y la prostitución se hace patente a poco que uno mire a su alrededor. El público en su gran mayoría es gente del propio país que vive su aventura en Las Vegas o aquellos otros que tratan de hacerse ricos jugando en las tragaperras o en las mesas de juego.

A pesar de lo mencionado sobre el Golden Nugget a nosotros nos gusta más el ambiente que se respira en esta zona de Fremont que la que hay en el propio Strip, algo no tan sofisticado y más de “estar por casa”. Se disfruta en la propia calle y ésta prevalece sobre el interior de los hoteles. Recogemos el coche y pagamos los $4 de rigor por las casi dos horas que hemos estacionado en el aparcamiento. En pocos minutos estamos de nuevo en el Stratosphere; hoy no hay “fiesta” en la habitación de al lado así que podemos conciliar el sueño sin sobresaltos.

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